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«¡Feliz año nuevo!» era una sola voz, un sólo deseo que se repitió de manera constante durante la larga jornada de la última fiesta de 2011. A partir de las 21.00 horas llegaban las primeras familias y grupos de amigos a Cort. Les recibía un colorido e iluminado escenario en el que ‘pinchaba' el DJ Javi.

Sobre las 23.00, la plaza y la calle Colón estaban llenas. Las pandillas compartían copas e inmortalizaban el momento con fotos que, seguramente, compartirán en las redes sociales, muy activas durante la noche en detrimento de los SMS. También triunfó el WhatsApp, gratuito, como medio de felicitación por el móvil. Personas de diferentes nacionalidades, razas y creencias se unían al festejo.

Medianoche. Las campanas avisaban que el 2011 nos dejaba y daba paso al nuevo año. Se tomaban las uvas. La plaza estalló en aplausos, gritos y risas. El júbilo se acompañó de abrazos, besos y alguna lágrima. Que se acabe la crisis y que haya empleo era el deseo de la gran mayoría. Botellas de cava se abrían mojandolo todo.

Hoteles, bares, discotecas, pubs y salas de conciertos se habían preparado para recibir a quienes deseaban festejar Nochevieja. Contaban con precios y horarios especiales. Las zona por excelencia para celebrar la llegada del nuevo año fue el Passeig Marítim. La entrada a las discotecas fluctuaba entre los 20 a 30 euros.

Los precios citados incluían entre dos y cinco consumiciones. Por estar en alguna de las salas vip de las conocidas discotecas del paseo se llegaba a pagar por la botella entre los 150 y los 300 euros . Los jóvenes iban de un sitio a otro buscando la mejor oferta que incluyera buen ambiente, copas de primeras marcas y, sobre todo, buena música.

La fría noche no fue impedimento para el triunfo de ropa muy sexy en la chicas. La reina de la noche, sin duda alguna, fue la minifalda que, ajustada a cuerpos bastante cuidados, lucían con belleza. Enormes tacones y generosos escotes completaban el vestir femenino. Horas de peluquería y maquillaje fueron invertidos para lucir a acorde a la altura de la fiesta de Nochevieja. Los chicos, en su mayoría, llevaban elegantes trajes, acompañados de ceñidas camisas de un sólo tono, muchas negras o blancas. La corbata era el complemento para dar la seriedad y formalidad que querían demostrar, pero en el fondo la noche estuvo muy lejos de serlo. Con el paso de las horas los tacones fueron quedando en los bolsos, dando paso a algún tipo de calzado más cómodo pero menos sugerente. Las corbatas duraron menos tiempo puestas: en los primeros intentos de bailar sus propietarios se las sacaban como arrancándose algo indeseado y molesto, quedando también guardadas en algún bolsillo de sus chaquetas.

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Para quienes no se atrevieron a utilizar el coche se ofreció el servicio del ‘Bus de Nit', o linea 41, con una periodicidad de 15 minutos. Con cuatro buses se cubrió el tradicional recorrido en el que no tubo variantes; de esta manera, se reduce la cantidad de accidentes producto del exceso de alcohol.

Las líneas 3 y 15 funcionaron de manera excepcional, con dos buses cada una y con un servicio por hora. Los taxis realizaron los servicios con total normalidad y no se vieron grandes colas de clientes.

Durante esta larga jornada, los jóvenes y los que ya no lo son tanto disfrutaron en cada uno de los ambientes de la fiesta: bares y discotecas. Algunas de ellas se llenaron de público, otras no tanto, pero en general había conformidad entre los dueños de bares y directores de salas por la respuesta de la gente.

Agentes de la Policía Nacional y Policía Local estuvieron a cargo de la seguridad de la zona, contando con un par de coches que recorrían las calles desde temprano hasta el amanecer. La hora fue avanzando y algunos bares cerraron alrededor de las 5.00 horas, pero la mayoría lo hizo al amanecer.

Música electrónica, house, hindie, salsa, merengue y un sinfin de ritmos y estilos musicales satisfacían los gustos de la juventud.

La larga jornada duró hasta que el día despuntó. Un amanecer tibio y lleno de luz fue el imperativo para la tediosa y poco deseada vuelta a casa. Algunos se resistían a ir a dormir, se quedaban en algún sitio para comer un perrito o una hamburguesa, había que reponer fuerzas después de tan larga jornada de marcha en la cual no faltó absolutamente de nada.

Algunos madrugadores vecinos palmesanos, ajenos a celebraciones, comenzaron su primer día del año muy temprano, con sus actividades de manera habitual, paseando su perro o haciendo algún tipo de deporte en un Passeig Maritim que lucía limpio debido a la prohibición de realizar ‘botellón' por una ordenanza del Ajuntament de Palma del pasado año. Un inicio de año que dejó temporalmente en el olvido la crisis y desempleo, una noche de sueños y alegría compartida.