La imagen de un portaaviones nuclear fondeado en la bahía de Palma, antes habitual y polémica, no se produce desde hace años. | TERESA AYUGA / PEDRO ARMESTRE/ G

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Dos buques adscritos a la Sexta Flota de los Estados Unidos como auxiliares para el transporte de armamento del Military Sealift Command, el John P. Bobo y el Roy M. Wheat , han fondeado en la bahía durante las fiestas navideñas.

Es la imagen habitual que ofrecen los buques bajo el pabellón de las barras y estrellas en la actualidad en Mallorca. En total, apenas han sumado doce escalas durante el año 2010, y de ellas sólo tres corresponden a buques de combate. Se trata del Mount Whitney , buque insignia de la Sexta Flota que llegó el 4 de marzo, el patrullero Sirocco, el 17 de abril y la fragata Nicholas , el 19 de mayo.

Una realidad bien distinta a la imagen que presentaba el puerto de Palma durante los años 70. Por entonces y en plena guerra fría el número de unidades y de hombres triplicaba al actual, que se cifra en 40 navíos y 21.000 efectivos. El servicio militar era obligatorio en Estados Unidos y la necesidad de contrarrestar la poderosa flota submarina soviética exigía una presencia naval continua y numerosa en el Mediterráneo.

Récord de visitas

En 1972 se regi straron 110 visitas. Fue el récord absoluto. Así lo recuerda con cierta nostalgia el ex agente consular de los Estados Unidos en Palma, Bartomeu Bestard, Tumy para los amigos. Un mallorquín irrepetible y personaje de la época, incansable en su trabajo y maestro en los arreglos diplomáticos ante cualquier incidente. En la actualidad, el cuerpo consular está restringido a los ciudadanos norteamericanos y se ha perdido cierta comunicación humana, próxima y entrañable.

Aquellos buques además atracaban todos en un Dique del Oeste infrautilizado, ocupando la primera y la segunda alineación. El bar con terraza panorámica y un chiringuito a pie de muelle hacían su agosto durante los días que duraban aquellas visitas. Al igual que los tugurios del barrio chino y los locales de Gomila y Cala Major y Sant Agustí. Muchos de aquellos locales fueron bautizados con nombres yanquis que evidenciaban a que público iban destinados. Algunos han sobrevivido hasta nuestros días. Pero no fueron siempre jornadas de vino y rosas. Las peleas estallaban a medida que se elevaba el nivel etílico y con frecuencia se requería la presencia de la policía militar. El Régimen, por claras razones de conveniencia política era bastante tolerante con los desmanes de los marineros ebrios. A cambio realizaban múltiples labores de tipo social como pintar fachadas, trasladar materiales en helicóptero y prestar ayuda en múltiples pueblos de la Isla. Su imagen era omnipresente y bien visible tanto a nivel naval, con sus barcos llenando la dársena como humano, con sus clásicos uniformes de marinos.

En la actualidad sus barcos casi pasan desapercibidos, al estar pintados como mercantes y sus tripulantes visten de civil. Lejos quedan las noches iluminadas por centenares de bombillas a modo de guirnalda de proa a popa. Y también la presencia de los portaaviones nucleares en la bahía, que en los últimos años siempre iba unida a la polémica encabezada por las organizaciones ecologistas.

Década de los 50

Durante años desde la década de los 50, cuando dieron comienzo las visitas de la Sexta Flota, tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, hasta los años 90, las visitas públicas a aquellos colosos navales eran un hecho cotidiano en el puerto de Palma, que contaba con un servicio permanente de golondrinas desde el Passeig Maritim y la Escalera Real. Los visitantes eran guiados por la cubierta de vuelo, el hangar y hasta el puente de mando o los refectorios de la tripulación, donde se servía la comida. Algunos se llevaban gorras, camisetas o encendedores Zippo como recuerdo.

Con el incremento del tráfico marítimo en el Dique del Oeste, su falta de espacio, y el auge del terrorismo islamista estas escenas han pasado a la historia. Lo que entonces era habitual ahora, en aras a la seguridad, es impensable. La nueva imagen de la Sexta Flota en Mallorca es justo la antítesis de la que fue hace treinta años.