Jaume Matas, ayer por la mañana en el aeropuerto de Barajas, adonde llegó desde Nueva York. | M. À. Cañellas

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Una mezcla de sensaciones fue la que sintió ayer Jaume Matas, ex president del Govern y ex ministro de Medio Ambiente de la época Aznar, cuando pisó suelo español. Ya no venía a veranear a la Colonia de Sant Jordi; esta vez había sido llamado por la Justicia y llegaba sin tener la certeza de cuándo va a poder volver a su casa de Nueva York.
Eran poco más de las 11.00 horas de ayer cuando el vuelo UX092, procedente del aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy de Nueva York, tomaba tierra en Madrid-Barajas. En él viajaba Jaume Matas, solo, con poco equipaje y con los juzgados de Vía Alemania como destino próximo. Pero primero tenía que hacer parada en Madrid para ultimar detalles sobre su defensa junto al veterano abogado Rafael Perera, el abogado especializado en derechos humanos Manuel Ollé y también su esposa, Maite Areal, también imputada.
Eran las once y veinte minutos y Jaume Matas ya cruzaba la puerta traslúcida de la sala 1 de la Terminal 1 de Barajas. Caminaba cabizbajo, con mala cara, muy distinto a aquel Matas que habló con este diario en Washington. Ya no viste traje, más bien lleva un jersey a la moda con cuello de pico y una camisa debajo, tiene el pelo un poco más largo, parece que ha ganado peso y sus ojos no brillan como antes. Son muchos los factores que se juntan en un vuelo como el que tuvo ayer: son al menos siete horas de vuelo, existe un desfase horario de cinco horas y no debe ser muy agradable volar sin saber cuándo va a poder volver a un país al que tanto adora como es Estados Unidos. «Este país es fascinante», dijo en su momento, cuando aún vivía en Washington. No sabemos si ocupó un asiento de primera clase, pero apenas un cuarto de hora después de haber aterrizado su avión, Matas ya cruzaba la puerta que le daba acceso a donde todos esperamos habitualmente a nuestros parientes o amigos. A Matas no le esperaba nadie. Al menos ningún pariente suyo, pero cuál fue su sorpresa cuando la prensa le empezó a fotografiar. Más se le cerró la boca cuando se vio como el centro de atención de aquella parte de la Terminal 1, en la que mucha gente negra esperaba un vuelo de la República Dominicana y decían «hazme fotos a mí, que soy famoso». Se trataba sólo de un aperitivo de lo que tendrá que afrontar el próximo martes. El hombre que más veces ha sido mencionado el último año en Balears llega finalmente a su país para responder sobre su supuesto enriquecimiento ilícito.
Tranquilamente, más bien con paso lento, Matas salió del edificio de la terminal. Una vez fuera se paró, miró y se vio de nuevo solo. Al momento hacía una llamada de teléfono. Quizás para avisar de que no le vinieran a buscar porque iba a coger un taxi o para avisar de que ya había llegado, no importa; al momento torció su camino y se dirigió al principio de la cola de los taxis. Sólo miraba al frente, no contestaba a nada: ni a qué tal se encontraba, ni a si estaba tranquilo, o a cómo veía la situación de Balears, a nada. Apenas se paró un segundo para decir: «Yo a ti te conozco», refiriéndose al fotógrafo que le estaba «inmortalizando». Y siguió adelante sin dar respuesta a nada. Se puede decir que su cara, además de seria, mostraba enfado. Una vez llegó su taxi a su piso de Madrid de la calle Don Ramón de la Cruz, se bajó rápidamente y entró en el edificio. Su poco equipaje le permitía andar con soltura. Poco después, a las 12.30 horas, con apenas tiempo para hacerse un café, bajó de nuevo. Ahora estaba más tranquilo, sus gestos dicharacheros se mezclaban con palabras hacia el portero de su edificio. De los pocos en su gremio que trabajaba ayer sábado. Una vez en la calle bajó paseando tranquilamente hasta el despacho de su abogado Manuel Ollé, que se encuentra en la calle Goya. Nada de coches con cristales oscuros ni escondites. Salió, paseó y en apenas diez minutos estaba ya dentro del despacho. Allí permanecería, supuestamente preparando su defensa, toda la tarde. A las 16.15 horas también se acercó al despacho su esposa, Maite Areal. Llevaba unos bultos, que cubría con un gran pañuelo verde. «Soy yo», habló al portero automático. Quizás fuera un aperitivo para su marido y sus abogados, pues la tarde se presentaba muy larga. Casi a las 20.30 abandonaba el despacho Maite Areal, y a las 21.40 lo hacían los abogados Rafael Perera y Manuel Ollé y el propio Matas.