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A pesar de que el presidente Zapatero y su equipo parecen haberse centrado en asuntos de tipo ideológico y social "la próxima ley del aborto y la introducción de la Educación para la Ciudadanía" mientras afuera está cayendo el gran chaparrón económico, lo cierto es que la mayoría de los ciudadanos están más preocupados por el futuro y no es de extrañar con el aluvión de noticias pesimistas que se registran cada día.

Gobernar no es sólo procurar un terreno económico favorable, desde luego, pero cuando eso falla, ciertamente el resto empieza a importar mucho menos. Sabemos que la intención de Zapatero es convertir este país en una nación moderna y progresista, al estilo de las grandes naciones europeas y sus cambios van encaminados en esa dirección. Lo que ocurre es que los países más avanzados lo son, en gran parte, porque han disfrutado de una notable prosperidad económica durante décadas y su bienestar social y cultural se debe a esa bonanza prolongada.

Aquí no vivimos la misma realidad. España sigue arrastrando déficits económicos graves y estamos comprobando que a la primera de cambio las cosas se tuercen sin remedio. El desempleo nunca ha llegado a darnos un verdadero respiro y ahora que la construcción ha entrado en crisis, las cifras se disparan provocando el temor generalizado.

La oposición está manteniendo un enfrentamiento sin tregua con el Gobierno, quizá pasando por alto que el alarmismo, el pánico que puede crear entre la población tanta acusación no hacen más que causar daños, porque nuestra economía se ha basado demasiado en la construcción y en el consumo. Y el consumo depende de todos nosotros. Si el miedo nos atenaza, la situación sólo podrá ir a peor.