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La fotógrafo mallorquina Ivana Pérez ha conseguido el primer premio de fotografía sobre derechos humanos convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Alicante, premio que se falló el pasado Día de la Mujer. La fotografía premiada es una con mucho mensaje: la manita de un bebé mozambiqueño asiéndose a un dedo de una misionera, lo cual, allí, es el pan nuestro de cada día. Ivana vivió en Mozambique durante el verano de 1994, poco después de que el país saliera de una larga guerra civil entre el Frelimo y la Renamo que se saldó con miles de muertos de uno y otro bando. Era, por tanto, un país muy pobre, saturado de niños huérfanos, mutilados, leprosos y enfermos terminales.

Ella vivió entre Maputo y Nampula con las misioneras Siervas de María, que hace más de 40 años que están allí. Sor Julia, que es la superiora, y sor María Jesús son monjas mallorquinas con muchos años de residencia en aquel país, en el que están volcadas ayudando a los más necesitados. «De cuanto vi -recuerda Ivana-, lo que más profundamente me caló fueron los niños huérfanos que a diario llegaban a la misión, así como los bebés deshidratados y desnutridos, los enfermos terminales y los leprosos. A uno de ellos, que apenas se podía mover, le prometí que le mandaría una silla de ruedas y al final lo logré».

Ivana nos muestra la fotografía ganadora. «El niño que se agarra al dedo de la monja pesaba, cuando llegó a la misión, un kilo y medio y tenía tres meses. Se salvó porque supongo que se hizo el milagro. Imagino que si en aquellos lugares no hubiera misioneros, mucha gente se moriría sin remisión, pues la mayoría viven gracias a ellos. Son personas que trabajan muy duro, que se enfrentan a peligros constantes y que no piden nada a cambio». Ivana Pérez, un mes antes de viajar a Mozambique, estuvo en Bosnia Herzegovina en un viaje humanitario organizado por Joves Empresaris. Yo también estuve en ese viaje. Teníamos que dejar el contenido de 12 vehículos en Mostar, pero las bombas nos obligaron a poner punto final al viaje en Metkovich, una pequeña ciudad croata, en la frontera con Bosnia, a unos cincuenta kilómetros de aquella. Allí, en un espacioso almacén del extrarradio, y muy a pesar nuestro -pues nunca supimos en qué manos terminaría tan valiosa mercancía-, lo dejamos todo. Ivana, al igual que el resto de componentes del convoy, tuvo que conducir durante muchos kilómetros el vehículo que se le había asignado

Pedro Prieto