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Sólo han pasado dos años desde aquel 14 de marzo en que las urnas dieron la victoria al Partido Socialista contra todo pronóstico. Era el colofón sorprendente a una semana trágica en la que nos dimos cuenta de que el verdadero terror vive junto a nosotros, haciéndonos sombra y convirtiéndonos a todos, a cualquiera, en carne de cañón. De aquello han pasado dos años y, por lo tanto, si nada lo impide, las próximas elecciones generales se celebrarán dentro de dos años más. Es decir, acabamos de atravesar el ecuador de la legislatura, de una legislatura fructífera tanto en logros como en polémicas.

Sin embargo, el ambiente político nacional, el tono de las tertulias y el cariz que están tomando algunos medios de comunicación hacen pensar que estamos en vísperas de una contienda electoral. Nada más lejos. Si la intención es desgastar al Gobierno, lo que sin duda acabarán consiguiendo es descorazonar a la ciudadanía, que asiste entristecida a un espectáculo demoledor: cómo los políticos, quienes se supone que deben regir -o aspiran a hacerlo- nuestro destino, se dedican a lanzarse puñales envenenados en lugar de poner los pies en el suelo para mirar la realidad de cerca.

Porque la realidad nos habla de asuntos mucho más graves, tan terribles como la muerte de 191 personas y las heridas de un millar. Ahí están, ahí sigue su recuerdo. Sobre su dolor nuestros dirigentes pretenden construir sus propias carreras políticas. Así de intolerable. Es hora ya de dejar atrás la estéril polémica de por qué el PSOE ganó las elecciones, pues el motivo es más que claro: los españoles le votaron, libre y responsablemente. Ahora hay que seguir hacia adelante, no con la mirada puesta en las elecciones, sino en los ciudadanos.