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Uno de los mayores problemas a los que se enfrentan las modernas sociedades industriales es el de compatibilizar el crecimiento económico que se persigue con el desarrollo de toda una serie de condicionamientos legales y laborales que lo hagan posible. Dicho de otra manera, el reto consiste en permitir la creación de una gran riqueza sin que ello menoscabe los derechos de los trabajadores, que son, en definitiva, quienes forjan la prosperidad de un país. Y al respecto no pueden dejar de llamar la atención las denuncias formuladas por distintas organizaciones internacionales a raíz de la reciente celebración del foro sobre Cooperación Económica para Asia y Pacífico acerca de la situación a la que están sometidos los trabajadores en un país como China, hoy espejo de un progreso en el que se miran buena parte de las grandes economías mundiales. El espectacular crecimiento de la economía china en un plazo de tiempo relativamente breve se basa, de dar por buenas dichas denuncias, en la falta de derechos laborales. Jornadas de 15 horas, semanas de siete días de trabajo, obligación de hacer horas extra, salarios bajos, condiciones insalubres, vigilancia extrema, casi carcelaria, durante el horario laboral, o prohibición de los sindicatos independientes son otros tantos factores indeseables que pesan sobre el trabajador de un país que hizo una revolución teóricamente para mejorar la situación de los menos favorecidos. Existe en China una aceptable legislación laboral, pero el problema es que no se aplica, ya que temen los dirigentes políticos que, de gozar los trabajadores de los derechos estipulados por la ley, crecerían los costes y por ende las empresas que hoy fabrican sus productos en el país se trasladarían a otros lugares. Es una preocupante situación a tener muy en cuenta ahora, cuando las naciones occidentales podrían estar «aprendiendo» tanto del fenómeno chino, puesto que el éxito en lo económico a tan alto precio es inaceptable desde la perspectiva del siglo XXI.