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El próximo 6 de agosto se cumple el 60 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y el 9 de agosto sobre Nagasaki. Se han hecho muchas lecturas sobre estos hechos y sobre si eran realmente necesarios estos artilugios para acabar con el conflicto. Femke Young Van Galen, una superviviente de un campo de concentración japonés en Indionesa con raíces en Mallorca, lo tiene claro, y afirma: «mi familia, yo, y muchas personas, más de las que murieron en Hiroshima y Nagasaki, estarían muertos si no hubiese sido por las bombas atómicas».

Van Galen nació en Bandung, una localidad de la isla indonesia de Java, en 1935. En ese momento el territorio era colonia holandesa y, de hecho, toda su familia descendía de la metrópolis. Recuerda que antes de la invasión japonesa de Indonesia su padre era director general de la compañía ferroviaria del territorio, clave en el transporte de oro del imperio holandés. Por este motivo, en marzo de 1942, cuando el ejército nipón ocupó Java y ella tenía que cumplir 7 años «los japoneses detuvieron a mi padre y lo metieron en prisión». «Tres meses después -continúa- vinieron a por mi madre, mi hermano y a por mí y nos llevaron a un campo de concentración. Había miles de mujeres, muchas madres con sus hijos, y muy poco espacio. Estaba situado en la parte baja de la ciudad. En cada habitáculo había tres familias. Las habitaciones eran muy pequeñas y todo era muy primitivo. Sólo nos daban pan para la merienda y arroz hervido con caldo de verduras para comer. Mi madre buscaba caracoles y los tomates que los japoneses nos tenían prohibidos coger para tener alguna cosa más para comer». Para ilustrar las consecuencias de la dieta, Van Galen señaló que su madre pasó de pesar 80 kilos a pesar 49 y que ella, con 10 años, cuando fue liberada, pesaba 30 kilos.

Otro momento difícil para la superviviente fue cuando «nos separaron de mi hermano porque los japoneses decidieron que los niños debían irse lejos de sus madres». La situación comenzó a cambiar en enero de 1945 cuando fueron trasladados a otro campo en Djadarta en mejores condiciones. A pesar de ello, Fenke Van Galen y su madre no comenzaron a ver la luz de la esperanza hasta que «cuatro días después de la segunda bomba atómica los japoneses nos liberaron». Curiosamente, todavía tuvieron que afrontar otro peligro, la rebelión de los indonesios contra los colonos holandeses, de la que «incluso nos defendieron los mismos japoneses antes de llegar los ingleses».