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Por primera vez desde que hace 26 fuera elegido Papa, Juan Pablo II no acudirá a presidir la oración del Àngelus en la plaza de San Pedro, por su convalecencia en el hospital donde fue sometido a una traqueotomía que le impedirá hablar durante unos días. Es sin duda un hecho histórico, no tanto que el Pontífice tenga problemas de salud -los ha tenido él antes y, en el pasado, todos sus antecesores-, sino que sean tan amplia y detalladamente hechos públicos.

Que una persona de 84 años tenga achaques de salud entra dentro de lo natural, aunque quizá no sea tan habitual que siga al frente de un Estado y de la Iglesia católica, con todo lo que eso significa. Pero la tradición eclesiástica es así y nunca un Papa ha renunciado por razones de edad ni de salud. De hecho, mientras Karol Wojtyla siga haciendo gala de su entereza mental y de su firmeza a la hora de continuar a las riendas de la Iglesia, sólo él debe decidir si prosigue la labor emprendida o abre una nueva etapa, rompiendo esquemas hasta ahora inamovibles.

A pesar de ello, en el Vaticano ya empiezan a moverse piezas y hay diversos rumores, incluso hasta el punto de que ya se habla de «el Papa en la sombra», aludiendo a monseñor Estanislao Dziwisz, mano derecha del Pontífice desde 1996, mientras se insiste también en la importancia del cardenal secretario de Estado Angelo Sodano, actual número dos de la Santa Sede.

Sea como sea, y viendo cuál ha sido hasta hoy la trayectoria del Papa, sólo cabe esperar que siga al frente de sus obligaciones mientras le quede vida. Después, pasará a la Historia, además de por su contribución a la caída del Muro de Berlín, todo un símbolo de la confrontación, y al final de la guerra fría, como el Papa viajero, el de las manifestaciones masivas y, con más polémica, por sus ideas sobre la sexualidad o las relaciones de pareja.