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Apenas cinco años después de su precipitada inauguración en tiempos del alcalde Fageda, y tras un gasto económico innecesario e injustificable, el polémico Parc de ses Estacions ha pasado a formar parte de la historia de Palma. Con el dolor de ver árboles en pleno crecimiento arrancados de cuajo y bajo el espectáculo de las excavadoras arrasando fuentes, paseos y bosquecillos, la ciudadanía asistía esta semana al desmantelamiento de un espacio público que nunca consiguió aglutinar a su alrededor el favor de los palmesanos.

Gustos estéticos aparte, lo cierto es que la creación de un parque público en pleno centro de la ciudad, que aspira a ser emblemático, debe contar con un mayor consenso y quizá habría que plantearse si dejar la decisión en manos de un jurado de especialistas es la opción más adecuada. Parece más razonable convocar un concurso de ideas y que sea el equipo de gobierno quien asuma la total responsabilidad política del proyecto, con todas sus consecuencias. De cualquier forma, si algo destaca en toda esta desgraciada historia es la improvisación, la precipitación y el escaso planeamiento de las cosas. Una ciudad es un ente cambiante, creciente, lo sabemos, pero en estos tiempos que corren, cuando todo va tan deprisa, gobernantes y oposición, ciudadanos y colectivos, deberían estrechar lazos, dejar los partidismos a un margen, y centrarse, con calma y tiempo, para concretar qué Palma es la que queremos, cuáles son nuestras necesidades y nuestros anhelos. Sólo así, planteando por anticipado los proyectos más importantes y diseñando la ciudad del futuro podrá el Ajuntament planificar las cosas con racionalidad. Quizá de esta forma podría haberse evitado el ridículo de poner Palma patas arriba durante meses para construir un parque de tan efímera vida. Esperemos que el proyecto que lo sustituirá cuente con una aceptación más amplia y tenga, desde luego, una vida más larga y fructífera.