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Cuando se produce el desmoronamiento del régimen de los talibán en Afganistán, prácticamente reducidos a su feudo espiritual de Kandahar, un grupo de éstos presumiblemente asesinaron ayer a un traductor y cuatro periodistas, entre los cuales se encontraba el español del diario «El Mundo» Julio Fuentes, en una muestra más de la barbarie que aún hoy se sigue viviendo en aquel país, una dramática y dolorosa muestra que se suma a una enorme lista de atrocidades que comenzaron mucho antes del fatídico 11 de septiembre del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. El avance de la Alianza del Norte afgana, impensable tan sólo hace unos diez días, sobre la ciudad de Kabul ha precipitado los acontecimientos. Y esto se ha producido de tal forma que ha sorprendido a la comunidad internacional y a los propios Estados Unidos, motor sin el que indudablemente nunca hubiera sido posible la caída de los talibán. Tampoco pueden olvidarse las barbaridades cometidas por las fuerzas de la Alianza del Norte, sus asesinatos, sus juicios sumarísimos y el especial ensañamiento con el que tratan a los extranjeros que se enrolaron en grupos como Al Qaeda y similares, próximos ideológicamente a los talibán. El acuerdo internacional sobre el futuro gobierno de Kabul es importante. La gran mayoría coincide en señalar que es preciso un ejecutivo de amplio consenso en el que participen todas las etnias del país. Por el momento, la formación de ese gobierno es tan sólo un deseo y el país atraviesa por una situación caótica después de décadas de enfrentamientos militares. Es absolutamente necesario, toda vez que la guerra parece estar en su fase final, comenzar las tareas de reconstrucción. Para ello es imprescindible comenzar a organizar el país y poner en marcha sus principales infraestructuras. En esta ardua tarea, los afganos deben contar con la colaboración de la comunidad internacional.