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El Gobierno de Sharon está poniendo en práctica una política de lo peor que lamentablemente sólo puede conducir a un objetivo: el de convertir en cada vez más difícil el camino hacia la paz por medio de la negociación. Esas dos docenas de palestinos muertos en apenas tres días contribuyen únicamente a enturbiar aún más el panorama entre árabes e israelíes. Algo que, por desgracia, se veía venir desde el instante mismo en el que alguien como Sharon llegó al poder en Tel Aviv. Sharon parece ignorar toda estrategia que no pase por la represión más brutal de la Intifada, buscando incluso coartadas ideológico-religiosas para la misma.

Ahí tenemos esas inquietantes declaraciones más recientes del portavoz militar del Ejecutivo israelí, quien, recurriendo al libro sagrado, el Talmud, citó un versículo que establece de forma impía que «si alguien viene a matarte, te levantas y lo matas antes». Algo que entre otras cosas prueba que hasta la fecha se ha prestado mucha atención al insurgente integrismo árabe, pero se ha dejado de lado la existencia de un no menos alarmante integrismo judío.

Aunque resulte penoso el reconocerlo, hoy Israel no reconoce al respecto otra política que no sea exclusivamente militar. Y lo más preocupante de la cuestión es la impunidad de la que goza para ponerla en práctica. Ya que en absoluto son suficientes esas leves condenas que llegan desde Occidente, como la procedente de Washington, que, días atrás, calificó de «excesivo y provocador» contra las oficinas de Hamás en la ciudad cisjordana de Nablús. Sea por el procedimiento que sea, es necesario pararle los pies a Sharon. Puesto que de lo contrario, de seguir prosperando esas sangrientas «victorias» parciales en sus intentos por sofocar la Intifada, la paz inevitablemente se convertirá en un objetivo imposible.