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Nada hay mejor que estar tirao sobre la arena sintiendo el toque voluptuoso del sol... Pero después la sensación cambia y el «toque» se transforma en algo parecido al contacto con una plancha. Las alarmas se disparan porque la piel... se quema.

La «morenez» se puso de moda en los 60. Importada de la Costa Azul por el turismo, y envidiada por las famosas «suecas» de entonces "que se quemaban una y otra vez tratando de cambiar el tono de sus blancas carnes", dejó de considerarse símbolo de plebeyez para convertirse en signo de buena posición económica. Se habían perdido las buenas costumbres y se trataba de «saltar a la arena» de la playa para «coger color» lo más deprisa posible. Entonces era extraño encontrar niños sin «la nariz pelada». Los padres, incluso, presumían de que era la tercera o cuarta vez en lo que iba de verano que sus hijos padecían tal fenómeno, porque «un mes entero y verdadero en el apartamento de la playa», daba para mucho sol.

Afirman los especialistas que el español de hoy sabe defenderse bien del sol y que ha recuperado su «saber mediterráneo» para enfrentarse con él: sombreros, sombrillas, camisetas "y una retirada a tiempo a la «sombra protectora de un buen chiringuito»", se han asumido como elementos imprescindibles en la jornada playera.

Porque con el sol hay que tener mucho cuidado y, a fin de cuentas, el moreno no es otra cosa que una acumulación, mayor o menor, de melanina, sustancia oscura contenida en nuestras células, que nos hace atractivos en verano aunque su misión sea la de defendernos de la incidencia de los rayos solares, y no la de mejorar nuestra apariencia estética.