Unas mujeres esperan en una cola de distribución de comida caliente en Lyman. | Gervasio Sánchez

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Las victorias militares inciden en el optimismo bélico y provocan una gran dosis de moral entre los combatientes. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, lo sabe muy bien. Por eso viajo muy rápido a una Jerson reconquistada y humilló a los rusos al pasearse junto a sus entusiastas compatriotas frente a sus posiciones militares defensivas.

Su estrategia actual es continuar el triunfal avance militar y ya apunta a Crimea, ocupada por los rusos desde 2014. En su discurso habitual del sábado anunció que el objetivo principal es aumentar el número de batallones en las ciudades del sur y el este del país. Después de una reunión estratégica con sus generales, el mandatario manifestó que el esfuerzo bélico va a continuar con la mejora del aprovisionamiento de sus fuerzas militares situadas en la primera línea de combate y el fortalecimiento de sus posiciones en la retaguardia.

El gobierno ucraniano ha condicionado las negociaciones de paz a la retirada de las tropas rusas del este del país y de la península de Crimea. Es una posición poco realista e inaceptable para los rusos. Además, las presiones para sentarse a negociar son cada día acuciantes. Pero llegar a la mesa de negociaciones después de conseguir diferentes victorias militares también supone una gran ventaja estratégica. Y negociar cuando parece que se gana la guerra siempre es más rentable.

Aunque los gobernantes ucranianos deberían recordar una gran lección de Sun Tzun en su tratado El arte de la guerra: «Nunca se debe atacar al enemigo por cólera y con prisas. Es aconsejable tomarse el tiempo necesario en la planificación y la coordinación del plan de ataque».

La guerra prolongada tampoco beneficia a Ucrania. Quizá por ello su ejército intenta aprovechar una climatología más suave en el sur del país para dividir y estrangular a las fuerzas rusas en el Donbás con un corredor militar a la altura de la central nuclear de Zaporiya, y establecer una cabeza de puente con comandos de operaciones especiales en la orilla oriental del río Dnieper, la frontera natural que separa a ambos ejércitos en la actualidad. El mando del ejército ruso anunció el domingo, horas después del discurso del mandatario ucraniano, la construcción de más trincheras y fortificaciones en las áreas bajo su control para evitar que las tropas ucranianas atraviesen el río y hagan peligrar su control de la península de Crimea.

En el noreste de Ucrania, las temperaturas pueden bajar lo suficiente como para que el suelo se congele e imposibilite cualquier movimiento militar. En cambio, en la región de Jersón y en Crimea, las temperaturas son siempre más suaves aunque la lluvia y el fango también dificultan el avance de las tropas mecanizadas. Ayer mismo, en la ciudad liberada, la temperatura alcanzó los 17 grados y no descendió de tres grados mientras en Kiev, la capital, se vivía bajo cero la mayor parte del día. Aunque la lógica militar más prudente aconsejaría a ambos ejércitos centrarse más en los ataques de artillería de largo alcance que en las operaciones terrestres y esperar hasta la primavera para cambiar de estrategia. Pero la paciencia no es hoy la mejor cualidad del ejército ucraniano.

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El ejército ruso lleva una semana incrementado sus bombardeos sobre las infraestructuras energéticas del país con el objetivo de minar la moral de la población y obligar a las autoridades ucranianas a centrarse en restablecer el suministro de luz, gas y agua antes de que las bajas temperaturas diezmen la resistencia de la población civil, muy golpeada por una guerra que ya dura nueve meses, y que puede agravar la crisis humanitaria que sufre el país.

La continuación de la contraofensiva iniciada en setiembre no sería realista con imágenes de los civiles huyendo de las áreas más destruidas y liberadas por la falta de ayuda humanitaria o incapacidad para garantizar las mínimas medidas de supervivencia. Ucrania necesita más armas para conseguir sus objetivos principales y los aliados occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, están dispuestos a seguir suministrándolas para convencer a Moscú de que la invasión de febrero fue un craso error, y que cualquier aventura en el futuro contra un país limítrofe o de la OTAN, va a ser repelida con la misma contundencia.

Pero el incidente militar en Polonia de la semana pasada con el coste en vidas fuera del escenario bélico ucraniano y las amenazas de Rusia de utilizar su arsenal nuclear han provocado la preocupación entre los aliados. Estados Unidos ha comenzado a presionar a Ucrania para la búsqueda de una salida diplomática al conflicto ante el peligro de que se produzca una escalada fuera de las fronteras ucranianas.

La defensa de Ucrania sigue siendo una prioridad para Estados Unidos, pero la gran potencia occidental quiere tener un mayor peso en la estrategia bélica y conocer con antelación los objetivos militares de los generales ucranianos. Es importante debilitar las defensas rusas y su capacidad de combate, pero sin que la amenaza provoque la desesperación de las autoridades de Rusia.

Estados Unidos se ha negado a entregar armas de largo alcance a Ucrania y parece preocupada por los discursos triunfalistas del presidente ucraniano, que se ha comprometido con su pueblo a expulsar al ejército ruso de toda Ucrania, incluidos los territorios ocupados en 2014. La vía diplomática ha mejorado tras la renuncia del presidente ucraniano de pedir la cabeza del presidente Vladimir Putin antes de sentarse a negociar con Rusia. Ucrania está ganando la batalla de la imagen y, además, está golpeando duramente a las tropas rusas en el terreno militar.

Humillar a un país que se considera históricamente un imperio puede ser extremadamente peligroso sobre todo si posee armas nucleares. Quizás una negociación y un acuerdo de retirada programada puede ser la forma de que cada parte regrese a la casilla de inicio hasta la escalada de febrero y que Putin no sienta que le han doblegado para siempre.

El reguero de sangre provocado en estos nueve meses de civiles y militares reafirma la intensidad de un conflicto brutal que está causando mucho sufrimiento y destrucción. Las zonas más afectadas por los duros combates están en ruinas y se necesitaran muchos años para la reconstrucción de una parte importante del país. El impacto de la guerra en la economía mundial sigue siendo muy elevado en un mundo tan interconectado como el actual. Un conflicto enquistado en Europa durante años incidirá en la inseguridad alimentaria y el rearme militar de la mayoría de las potencias mundiales.