Panorámica de la capital sueca. | Bru-nO

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Suecia se prepara para vivir este domingo otro drama electoral por la extrema igualdad entre ambos bloques tradicionales, que no ha alterado la decisión de la oposición conservadora de abrirse a pactar con la ultraderecha y romper el «cordón sanitario» que rige en la última década y media. Al igual que en los dos anteriores comicios legislativos, los sondeos apuntan a un empate entre el bloque de centroizquierda liderado por el gobierno socialdemócrata y el opositor que encabezan los conservadores, aunque con el ultraderechista Demócratas de Suecia (SD) disputándole la posición de segundo partido más votado.

El SD, tercera fuerza política desde 2014, ha sido un factor determinante en la política sueca reciente: si el veto del resto de partidos permitió hace 8 años que los rojiverdes gobernasen en minoría por un solo escaño, en 2018 hizo saltar la alianza de centroderecha vigente desde 2004. La negativa a depender de los votos del SD provocó que centristas y liberales cambiasen de lado y cerrasen un pacto con los socialdemócratas después de 131 días de negociaciones y de que el Parlamento rechazase por dos veces un candidato a primer ministro propuesto por su presidente, hechos inéditos en la política sueca.

Ese arduo preámbulo fue premonitorio de lo difícil que sería la legislatura, en la que el socialdemócrata Stefan Löfven tuvo que hacer equilibrios a derecha e izquierda para contentar a sus apoyos, aunque no pudo evitar convertirse en junio de 2021 en el primer jefe de Gobierno en ejercicio en perder una moción de censura. La moción había tenido su origen en el desacuerdo de los excomunistas con una reforma del régimen de alquileres impulsada por los centristas.

La oposición aprovechó el momento, pero Löfven salió elegido de nuevo dos semanas después, para comunicar al mes siguiente que dejaría sus cargos para allanarle el camino a su sucesora, Magdalena Andersson, por entonces ministra de Finanzas. No fue menos caótica la llegada al poder de Andersson: dimitió sin llegar a asumir formalmente el cargo por la salida del Ejecutivo de los ecologistas, descontentos porque el Parlamento había aprobado los presupuestos de la oposición; a los dos días fue elegida otra vez para liderar un Ejecutivo en solitario con el 25 % de los escaños.

Las tensiones entre los partidos que respaldan a Andersson se han mantenido durante la campaña. La líder centrista, Annie Lööf, se ha abierto por primera vez a entrar en un gobierno con los socialdemócratas, siempre que no esté en él el Partido de Izquierda, al que afea su rechazo a la OTAN y sus vínculos con movimientos kurdos. Su homóloga excomunista, Nooshi Dadgostar, exigió inicialmente formar parte también de un ejecutivo para apoyar a Andersson, aunque ha ido bajando el tono de su amenaza.

Andersson, a su vez, también ha descartado un gobierno con los excomunistas, pero de forma menos contundente, consciente de que necesitará probablemente de su apoyo externo para gobernar y de que Dadgostar ya ha demostrado que es capaz de cumplir sus amenazas. En el otro bloque, la convivencia también ha resultado complicada, desde que conservadores y democristianos empezaron a romper el hielo con el SD meses después de las anteriores elecciones y de que haya habido incluso algún acto conjunto, aunque de perfil bajo.

El principal foco de tensión se sitúa entre los liberales, que hace un año rompieron el pacto con los socialdemócratas y volvieron al bloque de derecha, y el SD, como quedó demostrado hace unas semanas en una visita de portavoces de los cuatro partidos a una central nuclear. Tras una polémica en el seno del partido, el representante liberal rehusó viajar en autobús con el resto y se unió al final, resaltando que era solo una visita y no un acto de campaña conjunto, lo que desató la ira del SD, que mantiene además posturas enfrentadas sobre el paro y el seguro de enfermedad con el resto de aliados.

Los sondeos apuntan desde hace tiempo a que el SD podría arrebatarle el segundo puesto al Partido Moderado (conservador), algo que también indicaban en los días previos a los anteriores comicios y al final no se cristalizó en las urnas, aunque ha generado igualmente nerviosismo en la campaña. Así, los socialdemócratas han acusado al SD de ser una amenaza a la seguridad del país y han usado algún caso aislado para asegurar que este partido mantiene vínculos con Rusia, a pesar de que apoyó hace un mes el cambio histórico de abandonar la no alineación militar y solicitar el ingreso de Suecia en la OTAN.

Cuando a finales de agosto se conoció que el ultraderechista que mató a puñaladas el mes anterior a una psiquiatra en Almedalen, escenario de un popular festival político anual, quería atentar también contra la centrista Annie Lööf, los socialdemócratas acusaron al SD por sus «campañas de odio» contra esa líder. «Es terrible que el odio que el SD y otras fuerzas extremistas de derecha han dirigido contra Annie Lööf haya llevado a esto», tuiteó la ministra de Exteriores, Ann Linde, un comentario que el líder ultra, Jimmie Åkesson, tildó de «indigno».