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Los 23 millones de soviéticos muertos durante la Segunda Guerra Mundial deben estar, en estos momentos, retorciéndose en sus tumbas. Desde Leningrado a Stalingrado, pasando por Smolenko. 76 años después de derrotar a los nazis, en una de las mayores gestas históricas que se recuerdan, su presidente decide emular a Hitler y le da por invadir países pequeños y débiles. Como Ucrania ahora o Polonia en 1939.

Un año antes de esa fecha, el Führer olió el miedo de Arthur Neville Chamberlain y Édourd Daladier, sus homólogos británico y francés, a los que engañó vilmente en los Acuerdos de Münich. Justo lo mismo que Putin, nostálgico del imperialismo soviético, ha visto en europeos y norteamericanos. La UE, por mucho que nos duela, pinta poco o nada en el nuevo orden mundial y EE.UU aún se recupera del mazazo de la humillante huida de Kabul, el verano pasado. Un síntoma de debilidad similar a la de 1975, cuando los últimos helicópteros yankis despegaron de la embajada de Saigon, cargados de civiles horrorizados y con los norvietnamitas entrando en el país, a sangre y fuego.

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Los sátrapas como Putin tienen esa tenebrosa habilidad, en su caso cincelada en sus años de la KGB: huelen la debilidad a kilómetros. Como un tiburón detecta la sangre. Hitler tuvo los Sudetes; Putin, el Donbass. La caballería polaca luchó contra los panzers alemanes como ahora combaten los héroes de Kiev contra las hordas rusas. Los tanques T34 y los aviones Sturmovik, que fueron la pesadilla de la Wehrmacht en la estepa rusa, se han transformado en drones y misiles, que son el martirio de los ucranianos.

El Stalingrado sitiado por el Sexto Ejército de Von Paulus aguantó el fuego infernal desatado por los nazis y, al menos al escribir estas líneas, Kiev resiste en una batalla tan desigual como salvaje. Y lo que es peor, con los ucranianos comandados por un presidente Zelenski que ha dado una lección de dignidad al mundo. Un cómico que no le hace ni pizca de gracia a Putin. Stalin, además de sanguinario y genocida, era al menos un lector voraz, que dejó una colección de 25.000 libros en su biblioteca privada. Putin nos legará sus impagables fotos cabalgando con el torso desnudo. Y una Europa al borde de la guerra total.