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Son las seis y a estas horas de la madrugada, tras una larga noche de café y tertulias televisivas con respiración asistida, el único vencedor cierto en estas elecciones USA es el de la democracia. Eso es, el triunfo, de nuevo, de la realidad sobre el deseo. El triunfo, otra vez, de la realidad dictada por el voto, libre e igual, de los ciudadanos, sobre el deseo fabricado en base a las frustaciones, neuras y obsesiones que nublan y distorsionan el entendimiento de politólogos, opinadores y enviados especiales de, tristemente, la mayoría de medios de comunicación. Más allá del enésimo bluf de los ‘expertos’, el errático y uniformado papel de la prensa es algo que quienes nos dedicamos a esto del periodismo político deberíamos hacernos mirar con mucho detenimiento.

La foto final de estos comicios no quedará medianamente revelada hasta dentro de algunos días o, en el peor de los casos, incluso semanas. Sin embargo, en el momento que empieza a despuntar el alba de este primer miércoles de noviembre es del todo ya evidente que el presunto movimiento global antitrump (originado justo después ganar en en 2016 Donald Trump las primarias republicanas y exacerbado hasta el infinito y más allá tras su ¿sorprendente? victoria frente a Hillary Clinton) que en España tan alegremente hemos comprado, no existe (o no toda con la intensidad con la que se publicita) sobre el terreno que de verdad cuenta. Que no es otro que el que va de la costa de Maine hasta las playas de la baja California.

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La cómodo ventaja que las encuestas otorgaban al John Biden (tan aventada como poco contrastada y contextualizada sobre el mencionado terreno) han saltado por los aires nada más cerrarse los primeros colegios electorales e iniciarse el recuento de votos.

Cuando ya es un hecho que Florida ha caído del lado Republicano y que el partido Demócrata no ha conseguido dar el sorpasso en otros de estados del sur, la presidencia de Biden depende de cómo se resuelva el escrutinio en Texas y Arizona y, sobre todo, en los estados que conforman el ‘cinturón del óxido’: Michigan, Winsconsin y Pennsylvania. Ahí se juega todo: poderes y credibilidades.

Poco o nada quedará resuelto esta mañana. Sólo dos certezas. Una: el fracaso de la campaña de acoso y derribo (con impeachment incluido) orquestada contra Trump desde el mismo día en que democráticamente ganó las elecciones hace cuatro años y que su legión de adversarios no ha reconocido en todo este tiempo. Dos: más allá del convocado por el ruido y la furia, el único plebiscito que cuenta es el que cada cuatro años convoca a los ciudadanos a las urnas. Y ambas constituyen una sola victoria inapelable, la de la democracia.