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Los británicos vuelven a las urnas este jueves para una de las votaciones más importantes desde la II Guerra Mundial, ya que de ellas saldrá el encargado de pilotar la travesía de salida de la Unión Europea decidida hace apenas un año.

La candidata a la reelección, Theresa May, nunca ha abandonado el liderazgo en las encuestas, pero los más de veinte puntos de ventaja que disfrutaba sobre el laborismo al inicio de la carrera, hace tan solo siete semanas, se han reducido hasta el punto de poner en duda si logrará ampliar la mayoría de 17 diputados que defiende en Westminster.

Una campaña cuestionable, el impacto de dos atentados terroristas y la entrada en escena de su pasado como titular de Interior, un departamento desde el que redujo en 19.000 el número de efectivos policiales, han dejado muy tocada a una primera ministra que se había animado al adelanto electoral para ampliar su margen de maniobra para el Brexit.

Para completar el cuadro, su rival laborista, Jeremy Corbyn, sorprendió a su propio partido con una evolución que parece haber sofocado los temores de una aniquilación electoral de la izquierda británica. Todo ello, a pesar de su retorno a las esencias más puras del socialismo con una propuesta por una sociedad más igualitaria y un modelo de más gasto, más impuestos y más Estado.

Como resultado, Reino Unido se ha convertido en un laboratorio de pruebas sobre la preeminencia del bipartidismo en Europa y el lugar que las esencias ideológicas ocupan en el escenario imperante un año después de que el 52 por ciento del electorado certificase el primer divorcio integral en la historia del proyecto comunitario. En un continente gradualmente desencantado con las formaciones tradicionales, la preeminencia de la fórmula a dos fuerzas políticas se ha reforzado al norte del Canal de la Mancha.

La convocatoria anticipada, con todo, ha resultado contraproducente para una primera ministra que contaba con que el descrédito de su oponente, empezando por su propio partido, convertiría la carrera por el Número 10 en un paseo hacia la hegemonía conservadora. La apuesta le ha salido cara, puesto que el halo de infalibilidad del que disfrutaba desde que llegó al cargo en julio ha quedado severamente dañado.

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En las jornadas previas a la cita con las urnas, May ha tenido que luchar por cada voto y se ha visto obligada a responder a un complicado criticismo por su gestión en materia de seguridad, un campo de minas para cualquier aspirante a la reelección.

Las predicciones de un dominio de hasta tres cifras con las que los conservadores habían arrancado la contienda se han ido recortando. Incluso si continúa en la residencia oficial, el único resultado realmente válido sería la notable ampliación de la mayoría absoluta que, hasta hace semanas, se daba por hecho.

Tácticas electorales

De fracasar, los 'tories' no podrán hallar mayor responsable que su osada estrategia de jugarse las elecciones a la táctica personalista. Conscientes de que su cabeza de cartel era más popular en los sondeos que la propia formación, apostaron a la carta del 'efecto Theresa May', con una campaña marcadamente centrada en la candidata que acabó resultando fallida.

El Laborismo, por el contrario, puso en valor su propuesta de esperanza para un futuro de mayor inversión pública y promoción de la igualdad y su estrategia de focalizar en las medidas su intentona de revertir las dos derrotas consecutivas sufridas desde 2010 ha dinamizado la campaña y permitido a Corbyn mostrar una confianza apenas vista hasta entonces.

Aunque el fervor que despierta es más entre sus acólitos, con multitudinarias intervenciones en bastiones laboristas, el candidato ha mejorado su imagen política, frente al empacho que la maniobra de exprimir el tirón de la 'premier' ha desencadenado en una ciudadanía que ha descubierto grietas en el «liderazgo fuerte y estable» reiterado por May en cada comparecencia.

Ya no se trata de factores cortoplacistas como su ausencia en los debates en televisión, sino elementos estructurales como su perpetua ambigüedad ante cuestiones clave como qué entiende por un «acuerdo malo» para el Brexit, o cuál es el máximo que impondrá a los mayores para sufragar su asistencia en el hogar