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El fallecido líder norcoreano Kim Jong-il recibió ayer un adiós multitudinario del país que gobernó durante 17 años, con un cortejo fúnebre que llevó su féretro por las calles de Pyongyang ante miles de ciudadanos y bajo la atenta mirada de su hijo y sucesor, Kim Jong-un.

La procesión, seguida en directo por la Televisión Central de Corea del Norte (KCTV), partió del Palacio Memorial de Kumsusan y recorrió los lugares más emblemáticos de la capital hasta regresar al mausoleo casi tres horas después.

Al comienzo del recorrido Kim Jong-un acompañó a pie el coche fúnebre que portaba en el techo, sobre una cama de crisantemos blancos, el féretro negro de su padre envuelto en la bandera roja del Partido de los Trabajadores.

Abría la comitiva un vehículo con un gran retrato de unos tres metros de alto de un sonriente Kim Jong-il, seguido de otro con una gran corona de flores en el techo que anticipaba la marcha del coche fúnebre principal, escoltado por efectivos motorizados de las Fuerzas Armadas.

«Está llorando el cielo», proclamó entre lágrimas ante las cámaras de la KCTV uno de los militares que aguardaban junto a la carretera el paso de la comitiva, en referencia a la intensa nieve que caía incesante sobre la capital norcoreana, cuyas temperaturas rondaron los cero grados.

A pesar de las adversidades climáticas, a ambos lados de las calles donde circulaba lentamente el cortejo fúnebre se congregaron miles de civiles y militares con gesto abatido que, en numerosos casos, expresaron con llantos y llamativos aspavientos su dolor por la muerte del líder.

Kim Jong-il, que pasará a la historia por hacer de Corea del Norte una potencia nuclear estancada en una constante crisis económica, no saldrá más del Palacio de Kumsusan, donde se expone el cuerpo embalsamado de su padre, el «gran líder» Kim Il-sung.