Mientras muchos siguen anclados en clichés del siglo pasado, los que vivimos el día a día empresarial en Balears sabemos que la realidad es otra: el mayor problema hoy no son los costes laborales, ni los márgenes, ni la competencia... es encontrar a alguien dispuesto a trabajar, que cumpla con su trabajo y que además lo haga bien.
En los últimos meses, los titulares se repiten: falta personal en hostelería, en transporte, en administración, en limpieza… en todo. Nos dicen que hay que subir sueldos, ofrecer vivienda y flexibilizar turnos. Y todo eso está muy bien, pero hay una verdad que parece ignorarse: el empresario no es el problema: es la única solución.
¿Quién invierte, arriesga y organiza para que todo funcione? No es el Estado, ni los sindicatos. Es la empresa privada. Y ahora mismo, lo que está haciendo el empresario es adaptarse a un entorno que ha cambiado.
Porque sí, el mercado ha cambiado. El trabajador ya no está en una cola esperando a ser llamado, está mirando los escaparates pensando qué empresa «se pone». Tiene opciones, y las hace valer. ¿Eso lo convierte en un enemigo? No, en absoluto. Lo convierte en un jugador que está haciendo valer sus cartas. Pero los empresarios debemos plantar cara, no desde la queja, sino desde la propuesta. La solución no está en disparar los precios sin control. La solución está en profesionalizar, en atraer talento de calidad, en fomentar una cultura de empresa. Si solo competimos en salario, estamos perdidos.
Pero hay algo de lo que parece que no nos estamos dando cuenta y es que, si esta situación persiste, el resultado acabará debilitando la posición de los trabajadores. Porque cuando contratar se vuelve imposible, automatizar y deslocalizar se vuelve inevitable. Los robots no piden vacaciones, ni hacen huelgas, ni te dejan tirado en medio de un turno. La inteligencia artificial no exige pluses de nocturnidad y siempre está ahí para ayudarte. Lo que hoy parece un dilema laboral, mañana será una oportunidad tecnológica o trabajo en otros países. Y el que no lo vea tiene un problema.
Así que sí: aceptemos que el poder ha cambiado de manos. Pero si el mercado sigue castigando al empresario, lo que vendrá después no será más justicia. Será más automatización y empleo precario. Y en esa ecuación, solo ganarán serán quienes hayan sabido adaptarse antes que los demás.