Inflación, deflación y Napoleón

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La deflación, es decir, la apreciación del dinero es un fenómeno extremadamente inusual, ya que para que se produzca una revalorización del dinero éste tiene que volverse escaso. Por eso, a lo largo de la historia moderna, hay muy pocos casos registrados de deflación, pues, cuando es suficiente con «imprimirlo», lo habitual será hacerlo en exceso. Y cuando eso ocurre se produce el fenómeno contrario, esto es, la inflación.

Uno de esos escasos momentos de deflación se produjo en la Francia, ya resacosa de su revolución, a finales del siglo XVIII. Pues durante el mandato del Comité de Salud Pública presidido por el fanático Robespierre, además de hacer rodar miles de cabezas, se dedicó imprimir unos billetes llamados assignats para ser utilizados a modo de dinero. Pensaban que sí esos papelitos se consideraban respaldados, por los bienes masivamente expropiados, la población los aceptaría de buen grado. Sin embargo, como también les pasó con la guillotina, se les fue la mano e imprimieron tantos que inevitablemente perdieron todo su valor. Las revoluciones y las hiperinflaciones siempre se han llevado muy bien.

Cuando la funesta cuchilla finalmente cayó sobre el cuello del principal promotor del Gran Terror, el Directorio sustituyó al Comité de Salud Pública con una nación deshecha en lo social y lo económico. Atajar el caos monetario fue una de sus labores más urgentes para restaurar la paz social. Así, intentaron sustituir los revolucionarios assignats por una nueva moneda en papel que llamaron mandats territoriaux. Sin embargo, el público estaba tan escaldado con los abusos de la Primera República que se negó a aceptarla.

Abrumado por el fracaso, el Directorio decidió organizar en París un acto público destruyendo las impresoras de papel moneda, en un intento desesperado de recuperar algo de credibilidad. No lo consiguió, y la población continuó deshaciéndose del dinero en papel para conservar únicamente las monedas metálicas.

Por supuesto, al desaparecer el papel moneda, la masa monetaria se vio fuertemente mermada lo que provocó una caída generalizada de precios agrícolas e industriales. Una de las más importantes deflaciones registradas. Sin embargo, a pesar del incremento del poder adquisitivo de salarios y rentas, el malestar social no disminuyó debido al asfixiante retraso de los pagos por parte del Estado. Por eso el Directorio decidió solicitar empréstitos al ejército, ya que éste podría incrementar las confiscaciones y recaudaciones en los territorios no franceses.

Fue entonces cuando se les ocurrió la idea de buscar algún militar joven y manipulable, con el prestigio suficiente, para poder emprender las reformas encaminadas a restablecer el orden en aquel caos monetario y social. Así, en principio pensaron en el General Barthélemy C. Joubert de 30 años. Pero no tuvieron suerte, antes de llamarlo resultó muerto en batalla.

Fue entonces cuando pusieron en marcha su segunda opción. Se llamaba Napoleón, quien al poco se hizo con todo el poder y fundó el Banco de Francia y el Franco.