A medida que la temporada de verano da sus primeros pasos en Balears, una problemática social y económica se vuelve cada vez más evidente: la agudización de la crisis de vivienda, una situación que enfrenta a trabajadores temporales y residentes locales en una batalla cada vez más feroz por acceder a un alojamiento asequible. Esta tensión, que se viene gestando desde hace años, se intensifica ahora bajo la presión de una recuperación turística sólida, una oferta inmobiliaria limitada y unos precios que no dejan de subir. Los efectos de este fenómeno se sienten en todos los rincones del archipiélago, afectando no solo a los trabajadores sino también a los empresarios del sector turístico, que deben ingeniárselas para ofrecer condiciones atractivas si quieren mantener a su personal.
Balears, como cada año, se prepara para recibir a millones de visitantes, pero detrás del brillo del turismo, se esconde una realidad mucho más compleja y difícil: trabajadores que se ven obligados a competir por un número muy limitado de viviendas de alquiler, muchas de las cuales han sido absorbidas por el mercado vacacional. Esta transformación del uso residencial al turístico ha tenido efectos devastadores para quienes necesitan un hogar durante la temporada laboral.
Los trabajadores temporales suelen llegar a las islas durante los meses de primavera para prepararse para el aumento de actividad en hoteles, bares, restaurantes y servicios turísticos. Sin embargo, su llegada coincide con un mercado inmobiliario ya saturado, donde los precios están fuera del alcance incluso de quienes tienen un contrato estable. Esto ha provocado que se conviertan en competidores directos de los residentes.
El problema se agrava con la transformación del uso residencial hacia el alquiler turístico. La rentabilidad mucho mayor que ofrece el alquiler vacacional frente al alquiler de larga duración han llevado a muchos propietarios a retirar sus inmuebles del mercado residencial. En consecuencia, hay menos viviendas disponibles para alquilar de manera estable, lo que eleva los precios de las pocas que quedan y deja fuera del sistema tanto a residentes como a trabajadores temporales. Ante este panorama, los hoteleros se enfrentan a un nuevo reto: cómo retener a su personal en un entorno en el que encontrar una vivienda decente y asequible se ha vuelto una odisea. Tradicionalmente, el sector turístico ha dependido de la llegada de trabajadores temporales para cubrir los picos de demanda. Sin embargo, hoy en día, atraer y mantener a estos empleados implica mucho más que ofrecer un buen sueldo. Muchos empresarios se ven obligados a buscar alojamientos por su cuenta para garantizar que sus empleados tengan un lugar donde vivir.
Este esfuerzo logístico y económico representa un coste adicional. En algunos casos, los gastos en alojamiento superan con creces las expectativas presupuestarias iniciales, lo que pone en entredicho la rentabilidad de la temporada. Aun así, los hoteleros reconocen que no hay otra alternativa viable: si no proporcionan alojamiento a sus trabajadores, corren el riesgo de quedarse sin plantilla y, por tanto, sin posibilidad de abrir al completo o de mantener los estándares de calidad.
Además, esta situación ha creado un nuevo tipo de desigualdad entre los trabajadores del sector. Aquellos que reciben alojamiento de parte de su empresa tienen una ventaja significativa sobre quienes deben buscarlo por su cuenta. En algunos casos, esto ha generado tensiones internas, ya que no todos los empleados tienen acceso a estas soluciones empresariales. También ha favorecido la aparición de situaciones de precariedad, como el hacinamiento en pisos compartidos o el uso de vehículos como vivienda improvisada.
Por todo ello, actualmente la temporada de verano en Balears es, en muchos aspectos, una metáfora de la lucha entre dos modelos de convivencia: el de una economía orientada exclusivamente al beneficio turístico y el de una sociedad que quiere preservar su identidad, su calidad de vida y su cohesión social. La competencia entre temporeros y residentes por una vivienda es solo una de las múltiples manifestaciones de esa tensión. En un momento en el que el turismo vuelve a cifras récord tras los años de pandemia, es urgente que la reflexión sobre el modelo de desarrollo no se posponga más.