Pep Verger
Pep Verger

Director de El Económico

En tren a Sineu

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No soy un usuario habitual del transporte público, que debe ser económico, rápido, eficiente y sostenible para que su uso sea masivo. De esta manera, podría circular tranquilamente con mi coche sin grandes retenciones ni atascos. El penúltimo autobús al que subí pertenecía aún a la Sociedad Anónima Laboral Mallorquina de Autobuses (SALMA). Y he cogido el tren en contadas oportunidades, siempre coincidiendo con alguna avería de mi vehículo.

El pasado sábado tuve la idea de viajar hasta Sineu en tren. Y miren si me gustó que tengo decidido conseguir la tarjeta de Transports de les Illes Balears (TIB). En primer lugar, han de saber, aunque ya me imagino que todos ustedes están informados, que el tren es gratis. No cuesta nada. Bueno, siempre y cuando tengas la famosa tarjeta. Es decir, que turistas y despistados hemos de pagar. ¿Y qué vale? Un viaje hasta Sineu cuesta 3,60 euros, que me parece una pequeña fortuna, aunque tengo que reconocer que el trayecto fue relativamente rápido y cómodo. Ah, y 3,60 euros más para volver. Eso, por no tener la tarjetita.

En todo caso, al menos el pasado sábado, el tren cumplió casi escrupulosamente con el horario marcado. Fue toda una experiencia con sensaciones contradictorias. Me sorprendió de forma muy positiva comprobar el elevado número de usuarios, aunque no estuvieron sentados los que optaron por estar de pie, puesto que había algún asiento vacío. Había gente dispar, de todas las edades, jóvenes y mayores, residentes y turistas, altos y bajos, rubios y morenos...

Siempre me ha irritado pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es cierto. De hecho, estoy convencido de que tenemos una clara tendencia a idealizar aquellos años en los que éramos más jóvenes. En todo caso, la realidad es que en el tren visualicé un buen número de situaciones un tanto grotescas, que encajé con un sentimiento que transitaba entre la tristeza y la indignación.

Me refiero, por ejemplo, a aquella joven que mira una película en su teléfono sin auriculares, con el volumen a toda potencia. O aquel señor que dialoga en voz alta con su interlocutor telefónico, aunque he de reconocer que me entretuvo unos minutos intentando adivinar si dialogaba con su hija, mujer, hermana o amiga... Una señora deposita un buen número de bolsas en el suelo, unas a sus pies y otras justo delante del asiento de al lado, que en aquel momento está vacío. Cuando otra pasajera ocupa el lugar, debe poner los pies casi en el pasillo para no pisar las bolsas de la vecina. Está sentada de lado, pero no dice nada. Ni protesta ni remuga.

Avanzando por el vagón, una joven con apariencia de estudiante tiene los pies sobre el asiento de delante y sitúa una pequeña mochila justo a su lado, al tiempo que dialoga con una amiga sobre el próximo fin de semana. Llegan un padre con su hijo de corta edad y no tiene más remedio que levantar los pies y colocar la mochila sobre sus rodillas, aunque continúa hablando con su interlocutora sin vergüenza.

El tren va dejando atrás paradas y se para en l’enllaç. Desconozco si tengo que cambiar de tren y un joven, sin que le pregunte nada, me dice en mallorquín que ya no hay que hacer transbordo alguno. Y arribo a Sineu con la clara intención de degustar un buen frit.

El retorno es plácido. Transcurre sin grandes novedades. Llegamos a la fría Intermodal y me doy cuenta de que son muchos los pasajeros que no recuerdan el dicho: «Antes de entrar, dejen salir». Camino de la plaça d’Espanya, un pasajero lamenta que siempre hay alguna escalera mecánica estropeada.
Ah, por cierto, cuando tenga la tarjeta pienso repetir experiencia, pero en esta oportunidad variaré el destino. Seguro.