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Mucho se ha hablado en nuestras islas sobre el crecimiento cero o la necesidad de embridar el crecimiento debido a la congestión creciente y a la limitación de los recursos naturales y de nuestro territorio. No cabe duda que debemos aceptar que existen estas limitaciones, no solo en nuestras islas, sino que existen también a escala global. Los cálculos que se realizan sobre la huella ecológica o el aumento de las temperaturas globales nos indican que el hombre presiona sobre los recursos globales en una senda que podría calificarse inicialmente como insostenible y conducente a la catástrofe. Sin embargo, esta visión sombría que ya pronosticaban hace siglos los economistas se ha ido dilatando continuamente en la historia hasta nuestros días gracias al único recurso infinito que poseemos: la creatividad humana.

Thomas Malthus (1766-1834), clérigo y economista británico, ha pasado a la historia por su visión pesimista de la evolución de la economía y de la humanidad dadas las limitaciones derivadas de los recursos naturales. Malthus es conocido por su argumento que sostenía que la población humana crecía en proporción geométrica mientras que los alimentos crecían en proporción aritmética. Dada esta evolución el ser humano estaba condenado eternamente a la hambruna y a los conflictos bélicos en una lucha inevitable por el acceso a los recursos. Este autor defendía la eliminación de las leyes de pobres que pretendían paliar la pobreza y que en realidad aumentaban la natalidad, convirtiéndose en defensor de la «virtud» humana y del crecimiento cero.

Anteriormente a Malthus, Adam Smith y los economistas clásicos de finales del siglo XVIII debatían sobre el estado estacionario al que tendían todas las economías dados los recursos existentes y a la tendencia social a alcanzar un salario de subsistencia en el que sólo se garantizaba a la población el sustento alimenticio, una pequeña vivienda y la reproducción de su prole. Para los clásicos cualquier mejora de la producción implicaba un aumento de la población condenando al hombre al salario mínimo de subsistencia.

Pero su error fue ignorar el poder de los avances técnicos y de la innovación. Malthus escribió seis ediciones de su Ensayo sobre el principio de la población y se dio cuenta en vida que la clase media británica cambiaba el número de hijos por status (como nosotros hacemos ahora con el número de turistas por turistas con mayor nivel de gasto), y que se podía progresar y mejorar el bienestar de una sociedad gracias a los avances tecnológicos y la gestión (virtud) del crecimiento poblacional. Más tarde, autores como Jevons (1835-82) resucitaron de nuevo la idea del límite al crecimiento concentrando sus argumentos en los límites de la producción del carbón que luego se incumplieron. El siglo XX fue el turno del club de Roma con el informe Meadows (1972) y los límites de las materias primas y desde los años ochenta los argumentos de corte malthusianos se basan en el informe Brundtland (1987) y la limitación de los recursos ambientales girando en torno al principio de sostenibilidad medioambiental, social y económica.

Pero siempre obviamos que si se deja actuar libremente a la economía y se permite la innovación y el avance de las ideas el hombre acaba encontrando una solución a los límites. Por el contrario, la historia nos demuestra que las injerencias, limitaciones e intervenciones son barreras que impiden el correcto fluir de las ideas y retrasan las soluciones, bien sea por la innata virtud de las sociedades o por su ingenio. Apliquémoslo, pues, a nuestro debate turístico sobre los límites del crecimiento.