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Rusia, el país que prohibió la propiedad privada durante más de setenta años, se convirtió a partir de 1991 en el país más capitalista y desigual del mundo. Privatizó todas las empresas públicas, especialmente las de petróleo y gas (segundo productor mundial de petróleo y el mayor productor de gas) que quedaron en manos de una minoría de oligarcas y antiguos miembros de la KGB con enormes riquezas en paraísos fiscales. Entre ellos Vladimir Putin que gobierna el país durante más de 20 años persiguiendo a sus opositores con todas las características de una dictadura. Mientras cooperaba con Europa vendiendo gas y petróleo y convirtiéndose en el principal suministrador de energía, se preparaba para la guerra y acumulaba divisas para hacer frente a las posibles represalias de Occidente. La revolución proeuropea de Ucrania que derrocó al presidente prorruso en 2013 y estableció un gobierno prooccidental, parece ser el punto de inflexión de la crisis política, militar y por último económica entre Rusia y Occidente. La adhesión unilateral de Crimea a Rusia en 2014, la guerra del Donbás y la invasión de Ucrania desde febrero de 2022 están generando represalias mutuas. Por parte rusa con el cierre o disminución del suministro, especialmente del gas, que Europa no puede sustituir a corto o medio plazo. Los precios de la energía subirán en Europa y se puede llegar al racionamiento y los gobiernos no lo podrán evitar, porque no depende de ellos. Podrán paliarlo, subvencionando gasolina y electricidad a un alto coste (con endeudamiento y a costa de las pensiones, sanidad y educación) pero tendrán que pagar el alto precio de mercado y no sabemos hasta dónde llegará. En esta guerra Rusia fracasó en su intento de derrotar a Ucrania, pero la ha destruido y está logrando dividirla en dos, una vuelta al Berlín de Kruschev, y puede que con el muro que dividía la ciudad también. La incertidumbre sobre la evolución futura es muy alta, tanto por la posible ampliación de la guerra a otros países, como por ignorar hasta dónde pueden llegar las represalias mutuas.

Esta guerra ha venido a sumarse a otros muchos factores que están generando lo que podemos llamar una nueva inflación. La España de la peseta siempre fue inflacionista. Muchos recordamos la inflación de dos dígitos de los años 70 y 80 del siglo pasado con picos que superan el 16% anual, pero muchos otros más jóvenes sólo recordarán los últimos 20 años que con la nueva moneda (el euro) han tenido una inflación media del 2% y varios años de inflación negativa. Esta nueva inflación es global, como fue la de los años 70, y nos empobrece porque reduce nuestra renta real y por tanto nuestro consumo y transferimos esa parte de la renta a los países productores. El proceso empieza con una subida de costes que no son los laborales sino de la energía, materia básica de nuestro sistema económico, que se une además por otros motivos a las subidas de tarifas marítimas, al encarecimiento de los granos, abonos, etc. , lo que lleva a las empresas a subir los precios, pero otras no podrán hacerlo y tendrán que cerrar o disminuir su actividad. Cuando suben los precios hay una presión generalizada para subir los salarios (también las pensiones, los alquileres,.), lo que lleva de nuevo a las empresas a subir los precios, lo que producirá una espiral precios-salarios si no se evita con un acuerdo, lo que se llama una Política de Rentas, para que la pérdida del poder adquisitivo y por lo tanto el empobrecimiento, se reparta entre los ciudadanos y las empresas. Si no es así, la persistencia de la inflación de precios lleva a los trabajadores a aumentar los salarios monetarios para protegerse y a las empresas, al subir sus costes, subir de nuevos sus precios, acelerándose cada vez más la tasa de inflación y los conflictos sociales. En este momento (verano de 2022) hay una gran incertidumbre sobre cómo va a evolucionar la guerra, las represalias económicas y la persistencia de la inflación. Y si van mal habrá nuevos peligros como el aumento del endeudamiento y las primas de riesgo, que dificultan el mantenimiento de los servicios públicos y se retrasará la lucha contra el cambio climático. Sólo quedan dos caminos, la paz con Rusia y/o la aceleración al máximo de las energías renovables.

Vivimos en un mundo interconectado que, si se rompe por una pandemia o una guerra, sólo se puede resolver a nivel global. A nivel local o nacional no es posible dar la solución y en este caso no tiene sentido que los votantes castiguen a sus gobernantes por la guerra de Putin. Ningún partido político puede cambiar por sí mismos los acontecimientos globales, aunque todos pretendan vender su propio relato. Y esa verdad hay que decirla a los ciudadanos para lograr la unión de todos en un objetivo común.