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Se insiste mucho en esta sección en que una de las claves para ganar la carrera de fondo que supone la inversión en bolsa es la diversificación. Las bolsas de los países emergentes son una gran opción. De hecho en los resúmenes mensuales estos mercados muestran, en muchas ocasiones, un comportamiento diferente al de las bolsas 'occidentales'. Incluso el fatídico 2018, cuando todos los activos bajaron (bolsas, materia prima y renta fija), dos bolsas emergentes subieron levemente: el Bovespa brasileño y el Sensex indio (actualmente ambos rozando los máximos históricos).

Este tipo de inversión tiene riesgos adicionales: son más volátiles, las empresas cotizadas son menos conocidas y menos accesibles, hay diferencia horaria y algunos países son políticamente inestables y/o poco transparentes.

Es óptimo invertir una parte de la cartera en este tipo de bolsas (incluso en renta fija) con una ponderación no muy alta: así se diversifica limitando los riesgos.

Una vez decidido el peso en la cartera hay que escoger los países (hay mucha diversidad) e incluso los instrumentos. No es lo mismo invertir en China que en Brasil, ni mucho menos en bancos coreanos que en automóviles rusos. La elección es crucial. Sin embargo, para un inversor convencional es muy complicado precisamente por lo comentado antes: es casi imposible que conozca la idiosincrasia de estos países y de la operativa de sus empresas.

Lo más sencillo, como en tantas cosas, es delegar la gestión en profesionales. Hay grandes fondos de inversión con oficinas en estos países, con gestores empapados en su cultura empresarial que deciden dónde invertir a un coste ridículo para el inversor. Si tampoco quiere decidir en qué país concreto se pueden utilizar fondos de países emergentes globales, de esta forma será el equipo gestor el que escoja los países con más potencial, con la ventaja adicional que se puede limitar el riesgo divisa.