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Solo votaré a partidos políticos que prometan austeridad. Pues esta es sinónimo de buena administración, de eficiencia, eficacia, seriedad y rigor. Es el equivalente de la sabia virtud aristotélica de la moderación. Aquella que evita desasosiegos que turben la tranquilidad, a la vez que genera confianza en el futuro; para completar la vida de los mayores; para que la inicien los jóvenes y para todos aquellos que todavía no han nacido. Fortalece el carácter para superar frustraciones, fomentando un ambiente de mejora constante y permanente, bajo el control de las propias pasiones subordinadas a la razón y a la prudencia. La austeridad es pues serenidad, equilibrio y justicia distributiva, al permitir bajos costes e impuestos que hacen más fácil cualquier acción.

No significa carencia ni escasez, sino sencillez y riqueza auténtica; de la verdadera. Es decir, de aquella que no va acompañada ni de abuso, ni de codicia, ni de envidia y que, en cambio, fomenta la resolución de los problemas en vez de taparlos con dinero, evitando historias de nuevo rico.

Está íntimamente ligada a la responsabilidad, a la generosidad, a la sostenibilidad, al respeto a los demás y, también, al propio medio natural al evitar excesos y sobrecargas. Es por eso que loar la frugalidad, la sobriedad y la sencillez de costumbres en cualquier ámbito de la vida no es un extremismo puritano ni una locura neoliberal, sino más bien una apuesta por la ausencia de prejuicios en la búsqueda de la comprensión auténtica de la libertad y, ¡cómo no!, del sentido de comunidad.

La austeridad se contrapone al “consumo ilimitado”; un espejismo en el desierto. De hecho, consumo ilimitado y presupuestos permanentemente expansivos son la otra cara de la mismísima miseria, tal como muestra el conocimiento de la historia. Una miseria moral que inevitablemente conduce también a la miseria material, en una espiral descendente hacia el conflicto social.

Desgraciadamente la izquierda política, durante la Gran Recesión, con su habitual oportunismo y su potente aparato propagandístico, acuñó la palabra “austericidio” para desprestigiar la noble virtud. Inaugurando una nueva forma de hacer política que respondía al falso lema “Votante, dinos cuáles son tus deseos y los incluiremos en nuestro programa electoral, sin ningún tipo de restricción”, es decir puro populismo cortoplacista que daña de forma especial a quienes dice proteger.

Quizás, ahora que los vientos de cola de la economía van cesando y los nubarrones vuelven a ser visibles en el horizonte, al hacer ya demasiado tiempo que el reformismo está detenido, volveremos a acordarnos de la austeridad.

Sin embargo, ¿no debería ser una práctica permanente independiente de las circunstancias concretas de cada momento? ¿No debería ser un valor que, como los grandes monumentos de nuestro patrimonio, tendría que estar protegido por todos en todo momento?