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La gobernanza, esa palabra que se dice que es la suma de gobierno y confianza, y que esconde siempre una labor tan compleja y política como necesaria para que una sociedad aproveche oportunidades, minimice riesgos y, en definitiva, prospere.

Compleja, porque a menudo los problemas que requieren de soluciones de gobernanza se caracterizan por estar compuestos de diversos elementos interrelacionados, lo que explica que la gobernanza adquiera, a menudo, la naturaleza intrincada y de difícil compresión del problema que anhela solucionar. De ahí que se afirme que la gobernanza es, por naturaleza, un proceso complejo. Sin embargo, no deberíamos obviar que un problema complejo normalmente no es complicado, pues puede ser estudiado y, una vez entendido, generalmente no resulta ni tan difícil de comprender ni tan difícil de gobernar.

No obstante, a menudo, las instituciones, tanto si se trata de instituciones formales (administraciones), informales (educativas, culturales…) o civiles (patronales, sindicatos…) ignoran este hecho y, a menudo simplifican la complejidad con respuestas sencillas, en lugar de estudiar con profundidad las causas y consecuencia de los problemas. ¿Que suben los alquileres? Pues sencillo: control del incremento de los alquileres. ¿Que las viviendas son caras? Pues deducciones fiscales a la vivienda para facilitar el acceso.

Y aunque pocas veces existe conocimiento contrastado al respecto, si por casualidad existe y la investigación económica muestra claramente que estas respuestas simplistas son erróneas, pues está demostrado que las deducciones a la vivienda o al alquiler aumentan el precio, reducen la tasa de propietarios y fomentan el endeudamiento de las familias, la ‘mala’ gobernanza se encarga casi siempre de complementar esta evidencia por una visión ideológica hasta que llega a sustituir la evidencia económica con el argumento de que la gobernanza es política.

Y es cierto, la gobernanza, aunque se la suele presentar como una solución técnica a un conjunto de problemas complejos, es en verdad una cuestión de índole política. Pero que sea política no equivale a que tenga que tener una clara significación partidista o ideológica, sino que debe aprovechar el conocimiento tácito o explícito de todos los grupos de interés (no su opinión subjetiva) para alcanzar un entendimiento mutuo.

En este quehacer, dejando de lado ‘la anarquía del mercado’ o ‘la jerarquía del mando y control’, ‘la solidaridad’, basada en la confianza, la lealtad y la reciprocidad del sacrificio, suele ser la fórmula de gobernanza que mejores resultados brinda a pequeñas comunidades ya sean barrios, municipios, mancomunidades o islas a la hora responder no solo a los problemas de vivienda sino a muchos otros que nos acucian.

Y es que ya lo advertía Camus en “La peste”: “El mal que hay en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y las buenas intenciones pueden hacer tanto daño como las malas si falta conocimiento”. De ahí que la ‘buena’ gobernanza sea tan necesaria.