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Apreciados lectores:

Muy lejos de pesimismos y desilusiones agoreras, me encantaría suscribir en tinta roja que nuestra isla es el País de las Maravillas de Alicia y que nuestras mil y una noches son afamadas por un infinito placer y diversión responsables.

Desde tiempos inmemoriales los ciudadanos de esta hermosa tierra oímos el continuo zumbido en nuestros oídos de las proclamas de los políticos, lobbies hoteleros, patronal y otras gentes del sector, abordar la problemática de un estilo de turismo decadente e irresponsable que nos visita y sustituirlo por un visitante de mayor calidad, tanto a nivel económico como social.

Lo deseable es un turista que no se pase una semana en coma etílico desfasando, ni se drogue, ni se líe a tortas con todo lo que encuentre, ni se arroje por el balcón de su hotel.

Un turista con educación que respete las normas y las libertades de los demás y sea respetuoso también con el ecosistema que lo acoge es lo que queremos.

Cierto es que desde la iniciativa privada no se han escatimado esfuerzos de inversión en pos de lograr una Mallorca más idílica y atractiva para este turismo más selectivo, falta que la parte pública trabaje en pos de la concienciación de un turismo sostenible, sin llevar a extremos ni utilizar nuestra industria turística como abanderamiento suicida de algunos frentes políticos diseñados para la queja y la extorsión de nuestro bienestar.

También hay que decir que algunas mentes en exceso optimistas han visualizado nuestra roqueta como la Bali del Mediterráneo.

Distinguidos lectores, el pueblo que desdeña su pasado al olvido, infructuoso futuro le depara. Con todas las excelencias que nos rodean, unas por mérito propio: infraestructuras, servicios, oferta variada... y otras por la gracia del cosmos: clima, mar, ubicación... es preciso saber quiénes somos y de dónde procedemos.

Parte importante de nuestro modelo turístico se generó en los años sesenta. Sin normativas urbanísticas, sin orden establecido, sin planificación y sin pensar en un mañana. El ser pioneros en la materia lleva consigo cometer infinidad de errores y para la desgracia de todos, parte de ellos insubsanables. Por arduo esfuerzo en reconvertir un Arenal, Platja de Palma, Magaluf o Peguera en paraíso terrenal, resulta difícil imaginar que un hotel de gran lujo pueda coexistir rodeado de tugurios dedicados al turismo de borrachera, prostíbulos y otros antros decrépitos, y muchas calles tomadas por trileros, claveleras, mafias organizadas y otras gentes del hampa.

Conviene tomar nota de las advertencias y estadísticas de la Fundación Impulsa, que presentó el Índice de Competitividad Turística el pasado mes en Fitur y concluían que estábamos en la octava posición del ranking analizando a unas 280 regiones, pero que buena parte de nuestra competencia —que se inició en el negocio del turismo con posterioridad a nosotros—ha aprendido de nuestros errores y sabe lo que no se debe hacer.

No resulta nada extraño que una parte de lo que denominamos turismo de calidad elija otros destinos más sosegados, menos colapsados, más baratos y donde se le trate mejor.
Aunque algunos todavía lo piensen, no somos el ombligo del mundo.

Es de inteligentes reconocer errores pasados y ser consecuentes con nuestra realidad. Lo hecho, hecho está. Aunque progresemos e intentemos mejorar, estamos destinados a convivir actualmente con un turismo de un poco de todo. Ni chicha ni limoná.