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Distinguidos lectores, a raíz de algunos anuncios perversos que se van sucediendo y perpetuando en la televisión de un tiempo a esta parte, considero oportuno y necesario dedicarle un artículo en esta columna de opinión.

Vivimos en una sociedad libre y democrática y con unos gobernantes elegidos por el pueblo que supuestamente vigilan y legislan por y para el bien de todos los ciudadanos. La Constitución contempla que todo español tiene el derecho a vivienda, trabajo digno, educación, sanidad, atenciones sociales, pensiones, etc. A pesar de que no todo se cumpla y cada vez peligren más nuestros derechos debido a las ruinosas y a veces delictivas políticas de nuestros mediocres dirigentes, semana tras semana instauran leyes nuevas —según nos dicen— en pro de una mejora del país en general y del ciudadano en particular. Leyes que en no pocas ocasiones atentan contra el sentido común e incluso la propia jurisprudencia con un único fin recaudatorio.

Dentro de este marco progresivamente fiscalizado nuestra madre patria parece querer también ejercer de loba celosa de sus cachorros y librarnos de buena parte de males y vicios que acucian nuestra sociedad actual. Limitan el consumo de tabaco hasta casi su prohibición, persiguen sin tregua el consumo y menudeo de la marihuana, nos previenen de los peligros del abuso del alcohol, nos obligan a atarnos el cinturón de seguridad para conducir, y parece que nos impondrán llevar un kit de supervivencia en el auto por si realizamos trayectos de larga distancia. Todo puede parecer muy cívico, pero ¿alguien cree que les importamos un bledo a este gobierno o a cualquier otro? La respuesta es muy simple: solo interesamos en la medida que nos puedan sacar los cuartos. Lo único que interesa es contribuir con nuestro esfuerzo y sacrificio a mantenerlos en la poltrona.

Peor que el tabaco, las bebidas alcohólicas y la prostitución es el juego en mayúsculas, los juegos de azar. Nadie se mete con ellos, pero está comprobado que es una de las patologías más arraigadas en nuestra sociedad y con peores consecuencias para sus adictos. Cuando hablo de juego no me refiero a algunos excéntricos millonarios que se funden algunos dineros en el casino o a la mayoría de hijos de vecino que se compran unos boletos en la lotería de Navidad. Hablo de la infinidad de máquinas tragaperras que hay instaladas en los puntos de juego (minicasinos) que proliferan como setas venenosas, y en la mayoría de bares y cafeterías. Hablo de los bingos que con su disfraz de halo social esquilman a muchas amas de casa que luego no tienen para dar de comer a sus hijos. Hablo de todos los trabajadores que se funden la paga del mes engordando la maquinita cuyo programa es ya de por sí una estafa. Hablo de tantas y tantas familias que acaban en desgracia por sucumbir a un execrable vicio (que es y ha sido siempre un abominable engaño) controlado por grandes mafias y amparado en connivencia con el poder.

Por si no fuera poco desde hace algún tiempo se ha incorporado a la retahíla de monstruos el “póker online”. Ahora los más jóvenes tienen la oportunidad de arruinar a sus familias limpiando la Visa de sus padres o robando a diestro y siniestro y desdeñando sus vidas mediante partidas de póker a través de sus teléfonos móviles. Y mientras tenemos a afamadas estrellas del deporte o del cine anunciando esta basura inmunda e infame. Vaya ejemplo para los demás.

Lo que más de uno se preguntará es por qué nuestro bienaventurado gobierno protector no solo lo permite sino que lo incentiva hasta el punto de que nuestro “amado” ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, al segundo mes de jurar su cargo, aprobó una ley mediante la cual podían desgravarse las deudas de juego. La respuesta es otra vez simple. El hermano de Cristóbal Montoro es uno de los grandes señores y dirigentes del juego en España, y la familia es la familia.