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Según datos del Ministerio de Energía, Turismo y Agencia Digital, en 2015, 8,4 millones de turistas extranjeros vinieron a España para realizar actividades relacionadas con el turismo gastronómico. Es decir, con el principal objetivo de conocer la oferta gastronómica de nuestro país y por este concepto se gastaron casi 10.000 millones de euros.

Contemplando el panorama actual, en el que la mayoría de países apuesta por el sector turístico como motor clave para el progreso socioeconómico de sus territorios, hecho que incrementa notablemente la competencia entre los destinos, el patrimonio cultural inmaterial único, de localidades y regiones se está convirtiendo en un factor diferenciador para atraer a los turistas. Así, el turismo gastronómico adquiere una importancia capital, no solo porque comer y beber forman parte esencial de toda experiencia turística, sino también porque el concepto de turismo gastronómico engloba multitud de prácticas culturales e incorpora a su discurso valores tan apreciados por el viajero como la sostenibilidad del territorio, la calidad de los productos de la tierra y el mar, y su proceso de transformación.

Estos viajeros tienen más experiencia y más mundo, disponen de mayores rentas y de más tiempo libre, además de buscar destinos que sean auténticos, que les ofrezcan vivencias diferenciadas y que les aporten un valor añadido. Están interesados en conocer el origen de los productos y la forma de elaborar las recetas y son muy exigentes tanto con la calidad como con el servicio. Persiguen actividades que les permitan sumergirse de lleno en esta nueva cultura del destino al que viajan. Y precisamente la comida es uno de esos elementos instintivos de inmersión, y por esta razón el turismo gastronómico puede aportar un caudal de experiencias únicas y hacer que el viajero disfrute con mayor intensidad de su tiempo de ocio.

Configurar un destino gastronómico y turístico exige algo más que exhibir las estrellas Michelin de un territorio en las ferias turísticas. Requiere de una planificación específica integrando programas y proyectos con una visión de largo plazo, donde entran en juego factores tales como la definición de rutas gastronómicas, bien sean urbanas o rurales; locales o regionales, también alimentarias, o agroalimentaria, y a la vez enológicas, y enogastronómicas, sin dejar de lado aspectos étnico-gastronómicas, o fuertemente vinculados al paisaje como el oleoturismo, ofreciendo buenas y atractivas guías de restaurantes o museos.

Es imprescindible la existencia de una colaboración público-privada, poniendo a disposición los precisos medios e infraestructuras que garanticen unos estándares de calidad. La clara apuesta por la investigación, la innovación y la formación permanente de los recursos humanos, ha venido siendo un esfuerzo constante y destacado de la Escuela de Hostelería de las Islas Baleares. Siendo imprescindible una actualización de sus proyectos curriculares a esas demandas emergentes.

Con el mismo objetivo, el impulso a la celebración de foros y ferias gastronómicas, que permitan la difusión del conocimiento y la experiencia de profesionales, la elección de embajadores del producto gastronómico regional, chefs y profesionales de la restauración que difundan las bondades de las denominaciones de origen. Sin olvidar la puesta en marcha de una contundente estrategia de comunicación online y offline, que traslade no solo a los principales mercados emisores las virtudes de nuestra gastronomía, sino que se dirija también a los residentes. Todo esto constituye en su conjunto los ingredientes imprescindibles para una receta sabrosa y atractiva.