Lluís y Miquel Anglada encarnan la tercera generación de la familia que se encarga de la fabricación. | Josep Bagur Gomila

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En la novena edición de la feria Innovem celebrada a finales del mes de abril, Joves Empresaris de Balears en Menorca rindió tributo a la figura de Miquel Anglada Alzina, el creador de la icónica silla menorquina, popularmente conocida como Coca Rossa. Fue una mirada hacia el pasado para recordar a este carpintero nacido en Ciutadella, cuyo legado ha pasado a convertirse en uno de los mejores símbolos de la tertulia y el dolce far niente en esta riba del mediterráneo. Hoy día sus nietos, Miquel Anglada Marquès y Lluís Anglada Carreras, son los que perviven la tradición familiar de fabricar artesanalmente sillas, mecedoras y mesas que exportan al mundo entero. Pese a que el mercado se ha inundado de sillas que imitan la original de los Anglada, poseer hoy en día una Coca Rossa, cuya marca está registrada, es la seguridad de tener la auténtica silla menorquina con garantía de fábrica en cualquiera de sus componentes para toda la vida. Del taller salen cada año entre 4.000 y 6.000 sillas.

ORÍGENES. Para conocer los motivos que propiciaron el nacimiento de la silla menorquina hay que hacer referencia a los genes de Miquel Anglada Alzina (nacido en 1885), que ya venían cargados de talento y capacidad para el ingenio fuera de lo habitual. Su padre Antoni Anglada Pons, carpintero, delineante y maestro de casas, dirigió la construcción sin cemento del puente de Dalt dels Penyals a finales del siglo XIX (todavía en pie) y ayudó a planear el salón gótico municipal y las iglesias del Carmen y la inicial de María Auxiliadora, tal y como cuenta Carles Torrent en una crónica referente a los Anglada. El primer taller de carpintería lo abrieron en 1905 en la calle Mallorca de Ciutadella, pero sufrió un incendio devastador que les forzó buscar un nuevo emplazamiento. Fue en aquel entonces cuando Miquel decidió marchar a Barcelona para aprender el oficio de tornero, movido por su inquietud y sus ganas de aprendizaje. Salir de Menorca para formarse a principios del siglo XX no era muy habitual y demuestra una manera de ser audaz y valiente. A su regreso abrió el taller en la calle Sant Isidre número 24, donde todavía hoy se encuentra la sede de Anglada Manufacturas de la Madera, Sociedad Limitada.

Miquel Anglada obtuvo fama como tornero y carpintero mecánico porque su carpintería no se se dedicaba únicamente a carpintería de obra sino que asumió encargos como las sillas del Teatro del Born y la construcción de un carromato de feria que era capaz de montarse y desmontarse. “Nuestro abuelo tenía mucha inventiva y lo demuestran anécdotas que nos explican nuestros padres de él, como el trabajo que hizo de carrocería del Plata, el autocorreo de Ciutadella a Maó”, explica Lluís Anglada Carreras. También recuerdan que llegó a fabricar peonzas, pipas para fumador o complementos para el calzado.

Fue esta capacidad de inventiva la que lo llevó en 1920 a realizar un prototipo de silla plegable basado en las antiguas sillas de tijera llamadas catre que se utilizaban para ir a misa. “Su objetivo era convertirla en un artilugio más cómodo que pudiera tener un respaldo de lona y unos brazos de apoyo. Así nació la silla menorquina Coca Rossa, cuya marca responde al malnom con el que se conocía la casa”, explica Miquel Anglada Marquès. La propuesta convenció por su funcionalidad y se empezó a comercializar como demuestra un catálogo comercial hecho a plumilla fechado de 1940 y que conserva la familia. Durante la Guerra Civil la producción se paralizó y pasó a fabricar juguetes, pero en 1945 reemprendió la fabricación de sillas plegables. Cinco años más tarde fallecía Miquel Anglada Alzina, dejando el negocio en manos de sus cuatro hijos.

NUEVOS MODELOS. Tras el fallecimiento del fundador, la razón social pasó a denominarse Viuda de Miquel Anglada Alzina y fueron sus hijos Toni, Lluís, Francesc y Àgueda (Miquel estudió para cura) los que continuaron la senda. Una de las aportaciones de la nueva generación al invento de su padre fueron modificaciones en la silla que incluyeron funcionalidades como el balancín o la inclinación del respaldo, pero también mesas plegables o incluso pinzas de madera. “La materia prima siempre la hemos obtenido de los bosques de Menorca o de Balears porque su calidad es muy buena” explica Lluís Anglada Carreras. Los actuales propietarios crecieron correteando por el taller y viendo cómo la carpintería iba evolucionando con el paso del tiempo. Miquel se incorporó a los 16 años y su primo Lluís unos años más tarde, porque primero quiso estudiar la carrera de ingeniero técnico industrial en Barcelona. Como era un negocio esencialmente familiar, padres e hijos compartían su día a día en los quehaceres de la fabricación, que siempre se ha hecho por remesas de piezas que posteriormente se ensamblaban. “Las piezas se hacían y se siguen haciendo por separado, no hacíamos un estándar ya que los modelos tenían cada uno su personalidad”, comenta Miquel Anglada.

En aquel momento se fabricaban tres modelos de mesa y tres modelos de silla, a las que fueron incorporando otras como la silla para niño, la trona o las mesas de tablero o mesitas auxiliares.

La irrupción del turismo y la popularización de su silla les empujó a exportar sus creaciones mas allá de Menorca, aunque nunca como un objetivo de crecimiento sino atendiendo encargos que han venido del mundo entero. “Hemos enviado sillas a Australia, China, Estados Unidos y por toda Europa. Para los países nórdicos hemos llegado a fabricar sillas más anchas ya que sus ciudadanos suelen ser más corpulentos”, añade Miquel Anglada. Los tejidos y colores de las lonas también se han ampliado, en parte por la moda, pasando de los tres tradicionales a más de una decena, tal y como detalla Lluís. La mecanización de algunos de los procesos les ayudó a aumentar la capacidad de producción, aunque los Anglada han preferido mantenerse tradicionales y trabajar como siempre. En 2006 la Cámara de Comercio les hizo un homenaje como empresa centenaria.

FUTURO. Hoy día es la tercera generación la que está liderando la empresa, ahora constituida como sociedad y codirigida por los nietos del fundador. A su expertise como fabricantes de la silla menorquina también han añadido la fabricación y venta de hamacas, tumbonas y todo tipo de mobiliario para hostelería, terrazas y jardines. En el taller trabajan siete operarios y el trabajo fluctúa dependiendo de la época del año. No les faltan encargos, aunque afirman que los márgenes se han reducido, los gastos han subido y existe mucha más competencia. De momento no hay una cuarta generación que tenga ganas de incorporarse, pero no es un tema que preocupe demasiado a Miquel y Lluís Anglada. “Nosotros seguiremos fieles a nuestros orígenes y ofreciendo la auténtica silla menorquina a quien nos la encargue. Precisamente hace poco hemos restaurado un ejemplar fabricado antes de la guerra civil”, concluye Miquel orgulloso.