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“El sueño europeo es un faro en un mundo convulso. Su luz nos señala una nueva era de inclusión, de diversidad, de calidad de vida, de solidaridad, de desarrollo sostenible, de derechos humanos universales, de derechos de la naturaleza y de paz en la Tierra. Los norteamericanos solíamos decir que vale la pena morir por el sueño americano. El nuevo sueño europeo es un sueño por el que vale la pena vivir”.

Esas frases, que suscribimos íntegramente, las publicaba Jeremy Rifkin, el sociólogo, economista y activista estadounidense, en 2004, en su libro “El sueño europeo: Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano”.

Dudo que ante la (r)evolución que estamos presenciando, tanto en Europa como en EEUU, Rifkin, investigador del impacto de los cambios científicos y tecnológicos en la economía, la fuerza de trabajo, la sociedad y el medio ambiente, confirmase hoy sus postulados.

El también autor de “El fin del trabajo” nos rearmó entonces de confianza para atender el presente y el futuro de la Unión Europea con el objetivo de reforzar y consolidar el proyecto en un momento particularmente difícil por los efectos de la crisis, la globalización, la emergencia del populismo y la amenaza del terrorismo.

Hoy, ante las puertas de la celebración del 60 aniversario de la Comunidad Económica Europea y de una trascendental cumbre política, que tendrá lugar en Roma el próximo 25 de marzo, se augura un momento crucial para la UE.

Cuatro dirigentes europeos, Angela Merkel, François Hollande, Paolo Gentiloni y Mariano Rajoy, han preparado las respuestas a los retos de quienes, en el mundo, apuestan por las soluciones populistas y el repliegue de los derechos, el aislamiento, el proteccionismo y el rearme bélico o, como en el caso del brexit, de los que pretenden que en solitario podrán enfrentarse mejor a los problemas del mundo globalizado.

Firmado en 1957, el Tratado de Roma es, junto con el Tratado de la Unión Europea, uno de los dos textos fundamentales en la forja de la Unión Europea. En él se acuerda la unión aduanera, conocida popularmente como “Mercado común” para abolir las barreras arancelarias entre los estados miembros; y la Política Agrícola Común, que establece la libre circulación de los productos agrícolas en la CEE. También se adoptan políticas proteccionistas, para evitar la competencia de productos procedentes de terceros países; se prohíben los monopolios; se conceden privilegios comerciales a las regiones ultraperiféricas; y se fijan políticas comunes en transportes.
Desde entonces se han dado pasos de gigante hacia la constitución de una verdadera Unión Europea, pero en este sesenta aniversario se asoma un panorama convulso, que amenaza la esencia de la democracia y las perspectivas de futuro de la UE. Leíamos hace escasos días las convicciones del presidente de la República francesa, anfitrión de la reunión de París. Entre otras referencias de interés, Hollande abre la puerta a una UE con distintas velocidades. “A fuerza de querer hacerlo siempre todo a 27, el riesgo es no hacer nada en absoluto”, concluye Hollande.

No debe extrañar que la opinión pública europea reclame a sus dirigentes y gobiernos la toma de decisiones sobre el futuro de la Unión para hacerla más efectiva y para que sus beneficios lleguen realmente a los ciudadanos. Se avanzó mucho, pero los retos actuales y el cambiante y confuso panorama mundial están a punto de provocar un colapso que, si se quiere evitar, obliga a asumir unas conclusiones que no son las que hace unos años prevalecían. Winston Churchill, entre su gran herencia política, también nos legó un buen puñado de citas célebres. La que nos servirá para cerrar este artículo no se refiere a Europa en sí, pero describe una postura ante la vida, una actitud, que demuestra su perspicacia como gobernante.

“Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Reflexionemos sobre la situación que vivimos hoy y concluiremos que Europa es obra y decisión de todos, porque las oportunidades existen, y si no existen tenemos el deber de crearlas.