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Morir es casi siempre una tragedia. Morir de éxito es más bien lo contrario, cuando no en apariencia. Es lo que nos ha sucedido este verano en nuestra idílica isla. La mejora en general de la economía junto a las catástrofes fruto de la barbarie en nuestros países rivales han eclosionado en una avalancha masiva de turistas que a duras penas hemos podido sostener.

El negocio ha salido redondo, pero toda cara tiene su cruz. Está claro que la hostelería, la restauración y los servicios en general han hecho su mejor agosto, pero no es menos cierto que muchos ciudadanos de a pie se están preguntando si compensa colapsar la isla en todos sus aspectos. Hay quien opina que debería racionalizarse la gestión conforme a los recursos.

Entre la multitud de asuntos que alberga la gestión turística, hay uno que lleva tiempo deambulando sobre las mesas gubernamentales sin solución aparente. Me refiero a los alquileres turísticos, un tema complejo que afecta a muchos y de difícil consenso. Según la normativa, el alquiler turístico afecta a los inmuebles destinados a alquilarse por días o semanas, por un período inferior a tres meses. Para tal menester se precisa de licencia específica para ello y que curiosamente muy pocas viviendas destinadas a este tipo de arrendamiento poseen. Parte de un sector de nuestra sociedad, en especial la hostelería, inició una campaña criminalizadora de dicha actividad turística por entender que se trataba de intrusismo puro y duro en una actividad empresarial y además al margen del marco legal.

Por otro lado los propietarios que destinan las viviendas al alquiler turístico o vacacional alegan que cumplen con todos sus compromisos tributarios y se ciñen a la ley de arrendamientos.

Es también una realidad que la picaresca tan arraigada en nuestra tierra de bucaneros aparece en todo su esplendor. En caso de inspección resulta que los inquilinos turistas son familiares, amigos, camaradas de toda la vida o la amante de Hamburgo que ha venido a vernos.

Haciendo honor a la verdad, no hace falta ser muy espabilado para dilucidar que buena parte de estos alquileres navegan sumergidos en aguas muy profundas.

Hay que entender también a los propietarios. Lo que les supone tener y mantener las propiedades. Es normal que deseen sacarles la máxima rentabilidad. Lo que sucede es que para muchos todo vale, y no debería ser así.

Queridos lectores, desde mi óptica humanista hay un valor más importante que el económico o el especulativo, y es el social, el moral, el humano.

No es concebible que madres y padres de familia que madrugan cada día para cumplir en sus trabajos deban soportar en sus edificios fiestas desmelenadas hasta altas horas de la madrugada.

Es inhumano que nuestros críos y adolescentes no puedan concebir el sueño debido al baile y las algaradas que se homenajean los fiesteros que pasan unos días tras el muro de al lado.

No es racional que nuestros ancianos padezcan en sus casas los excesos de los nuevos vecinos bárbaros que han venido a disfrutar de una semana de coma etílico.

No es cívico que el ciudadano balear deba aguantar ultrajes en su vivienda y comunidad en favor de que otros vecinos saquen un poco más de dinero (los alquileres a mayor plazo evitan buena parte de estos problemas).
No es lógico que las autoridades competentes hagan poco o nada y nuestros progresistas gobernantes sigan manteniendo la casa sin barrer.