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Septiembre es un mes peculiar, un mes simbiótico donde parece que acaba un ciclo para volver a empezar de nuevo. Incluso en la meteorología resulta inestable. Septiembre va aplacando los calores, menguando las horas solares y nos sorprende con alguna lluvia. Un tránsito entre el verano y el otoño aunque en esta ocasión lleve camino de ser el mes más sofocante del año. Los días de mar y playa se van espaciando, unos regresan de sus viajes, los nenes vuelven al cole y las mamás y los papás a sus puestos de trabajo si es que todavía los conservan.

Da la sensación de que el país que inició su letargo a finales de junio está engrasando su maquinaria para volver a funcionar. Puede que en nuestras islas el efecto veraneo se perciba menos que en otros lugares y en especial desde que morimos de éxito, turísticamente hablando. Muchos conciudadanos han olvidado lo que es un día de descanso, trabajando a destajo mientras el sol brille y el turista se gaste los cuartos.

Pero nuestro vetusto país casi nunca nos complace con una amable sorpresa. La tristeza y la náusea nos invaden de nuevo. Los encargados de gobernar y gestionar este país han sido incapaces de llegar a un acuerdo de gobierno. Nos llevan largo tiempo mareando con su parafernalia infecta y su teatro de patio de recreo con el único fin de que pasen los días y sus culos sigan apoltronados en sus asientos. El señor que está de presidente en funciones no desea gobernar. Solo está capacitado para hacerlo cuando tiene mayoría absoluta. El señor aspirante de la oposición está perdido. Se ha ido desangrando inútilmente por el camino y ya lo repudian en su propio partido. Los de la nueva política no andan mucho mejor. Cada vez que hablan pierden puntos; que significan votos. Las simpatías que se granjearon en un inicio se han ido diluyendo al ritmo de sus desaciertos. La gente ya no se fía de ellos. Es lo que sucede cuando la utopía empieza a instalarse en los sillones del poder. Al final se olvidan de la utopía.

A fin de cuentas, septiembre nos trae aproximadamente lo mismo de cada año. Más niños matriculados que aulas y profesores para atenderlos, facturas infames de libros nuevos —calcados al del curso anterior— para contentar a las editoriales y otras mafias, juzgados saturados de expedientes de corrupción, listas de espera en los hospitales, y el déficit público que no para de subir.

Expertos internacionales y organismos gubernamentales de Europa y EEUU nos avisan de la delicada situación económica a la que se enfrenta España, pero ni puñetero caso.

Mientras todos nos hemos endeudado y seguimos endeudándonos hasta el tuétano, es decir, hasta más allá de lo que podemos pagar —digo todos porque lo público significa el pueblo, cada uno de todos nosotros— y obligando a las próximas generaciones a heredar toda esta miseria, los responsables del genocidio económico de nuestra España se fuman un puro y si pueden largan sus dineros a Suiza o a Panamá.

Pasó el verano y llegó septiembre sin traer nada nuevo.