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Al hilo de las propuestas que nos reiteran tanto la administración pública como los principales agentes económicos y empresariales para mejorar la productividad y la competitividad global de nuestra comunidad, siempre a partir de unas lógicas estrategias de innovación, vamos a desarrollar este artículo.

Nuestros argumentos proponen, con matices, el mismo objetivo: formular una propuesta de valor, diferenciada y sostenible, que sirva a nuestro tejido productivo turístico, para garantizar el retorno de la inversión y su reparto equitativo entre estos mismos agentes sociales.

Hoy, el sistema económico mayoritario se basa en un consumo lineal. Se buscan y utilizan materias primas para fabricar productos y servicios que, tras ser consumidos, se tiran. Al ser una dinámica de evolución constante y creciente, el acceso a los recursos naturales para mantener este sistema se complica a medida que más países llegan al nivel de consumo de los más desarrollados.

Los analistas que estudian esta economía denominada circular estiman que en 2030 más de tres mil millones de ciudadanos del planeta podrán incorporarse a la clase media consumidora. Bajo ese modelo se concibe el aumento del consumo en los países emergentes. Se incrementa de tal forma la presión sobre el precio de los recursos, ya sean materias primas o energía, que el precio medio de cuatro grupos básicos, como son los alimentos, otros productos agrícolas, los metales y la energía, podría multiplicarse por 3. Basta pensar que en el período 2000-2010 los precios de estos grupos se duplicaron.

Por ello será importante seguir la línea de investigación estratégica que establece un nuevo modelo económico basado en la reutilización y el aprovechamiento de las ‘inversiones almacenadas’ en la fabricación de productos, en términos de componentes, energías y trabajo. Porque, más allá del impacto medioambiental, un escenario moderado de adopción de estos principios representa para la Unión Europea un ahorro, únicamente en términos del coste de materias primas, de más de 300 mil millones de euros al año y, en un escenario avanzado, supera los 500 mil millones.

La lógica nos lleva a pensar en la bondad de este modelo basado en el uso regenerativo de los recursos no renovables. Es decir, se debe aprovechar más de una vez el esfuerzo aplicado en la extracción, la producción y la distribución de un producto. Hay que sustituir el concepto de vida útil por el de restauración. Y promover las energías renovables, eliminar los tóxicos y mejorar el diseño de materiales, productos, estableciendo sistemas y modelos de negocio innovadores que precisen de equipos profesionales con nuevas capacitaciones.

Al imponerse esta economía circular, como nuevo modelo, es importante hacer una referencia a la metodología denominada ‘moralismo colaborativo’, la que defiende que solo lo que hacemos colaborativamente es bueno.
Para que sea efectivo ese moralismo colaborativo no debe separarse el procedimiento de su interés, ni de su sentido o propósito básico. Ni debe imponerse una valoración positiva de cualquier práctica interactiva, desatendiendo la valoración sobre el contenido de lo que nos proponemos. Y, por otra parte, tampoco debe condenarse la acción solitaria, la idea singular, el trabajo personal o la resistencia en primera persona.

Una verdadera ética del compromiso es la que es capaz de cuestionar el qué, el cómo y el quién. Y, siguiendo la sugerencia de la OCDE para la mejora de la competitividad, las políticas deberían extender los activos productivos a toda la economía, invertir en las habilidades individuales y propiciar un entorno empresarial generador de oportunidades de éxito.

Para cerrar el artículo, recurrimos al celebérrimo John Nash, el matemático estadounidense Premio Nobel de Economía en 1994, que nos decía: “He buscado a través de lo físico, lo metafísico, lo delirante… y vuelta a empezar. Y he hecho el descubrimiento más importante de mi carrera, el más importante de mi vida: solo en las misteriosas ecuaciones del amor puede encontrarse alguna lógica”.