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La innovación que supone la introducción del Black Friday en el calendario comercial balear que ahora todos celebran, hace tan solo tres años estaba prohibida. Patronales, sindicatos y gobiernos actuaban para evitar la novedad. Durante lustros en muchas CCAA, entre las que estaba Balears, una ley -generalmente consensuada- establecía períodos muy restringidos para las rebajas.

Tres ideas subyacían bajo ese tipo de reglas y prácticas comerciales; la primera es que los comerciantes tenían que poder vender a los precios más altos durante la mayor parte del tiempo posible. La segunda, que hay que poner freno a los establecimientos foráneos de mayor tamaño. Y sobre ellas sobrevolaba una tercera que nunca se explicitaba: el miedo a la innovación y a la ruptura del statu quo.

El miedo a la innovación y al cambio es uno de los rasgos más característicos de nuestra vieja sociedad. Algo que en gran medida es lógico y explicable, pero al mismo tiempo es paralizante y empobrecedor. El mantenimiento del orden social y político, frecuentemente, es considerado más importante que la eficiencia y el crecimiento económico, aunque estas últimas características sean las que conduzcan a mayores cuotas de prosperidad.

No hay que engañarse, hemos incorporado al discurso oficial la necesidad innovar y cambiar, pero la mayor parte de las veces se queda en un mero discurso. Las normas, las leyes y las actitudes muchas veces van en la dirección contraria. Lo hemos visto en casi todos los sectores, desde el de las gasolineras, al del taxi o el hotelero, o el de la propia administración pública. Se intenta preservar una foto fija del momento actual.
Así, por ejemplo, no resulta extraño que muchas de las grandes innovaciones como el coche autónomo sin conductor, u otras, solo se puedan desarrollar en California, y no en cualquier otro lugar. El que ese estado de la Costa Oeste sea la cuna de los grandes proyectos empresariales del siglo XXI se debe a su marco institucional, que permite la innovación y el cambio; la sustitución de empresas menos eficientes por otras que lo son más, sin tener nunca en consideración el origen del emprendedor.
En este sentido, la principal barrera para la innovación la constituye el nacionalismo económico, o lo que es lo mismo, el clientelismo político, auténtica lacra contra el bienestar de la población. Por contra, alejarse del nacionalismo y adoptar leyes e instituciones más inclusivas garantiza un proceso de renovación e innovación permanente, beneficioso para el conjunto de la sociedad.

El fomento de la innovación no consiste en hacer discursos o en dedicar pequeñas partidas de presupuestos públicos. Requiere mucho más.

Bienvenido sea el Black Friday, aunque no nos guste ir de rebajas.