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El premio Nobel de Economía ha recaído en el economista británico Angus Deaton. Relatar sus aportaciones en un artículo sería muy pretencioso, por lo extenso de su trabajo, pero si algo cabe destacar de sus aportaciones es su sentido común. La Academia sueca resaltó sus aportaciones al conocimiento del consumo, pobreza y bienestar, o de una forma menos críptica al estudio de cómo las personas distribuyen su renta, cómo se decide en una sociedad la proporción de dinero que se dedica al ahorro y al gasto, y cuál es la mejor forma para medir pobreza y bienestar.

El análisis macroeconómico tradicional simplifica mucho las decisiones de consumo asociando su variación a la evolución de la renta disponible y otras variables como el tipo de interés o los niveles de consumo previamente alcanzados. Deaton le da la vuelta a este enfoque y estudia el consumo partiendo de la microeconomía, para luego explicar los datos agregados obtenidos. Al realizar un ejercicio tan simple obtiene resultados paradójicos, como que el nivel de gasto en el consumo explica en parte el atraso económico de ciertos países, y no al revés. Así de fácil, el signo de la causalidad cambia y con ello cambia todo el análisis. Pasamos de afirmar que a mayor renta mayor consumo, a decir que el mayor y mejor consumo (de alimentos, educación, etc.) permite un mayor nivel de desarrollo y renta (sobre todo en niveles con renta más bajos).

La visión global de la economía está muy presente en Deaton. Una de las controversias actuales más apasionantes es la desigualdad. Para autores como Thomas Piketty la desigualdad económica está alcanzando niveles desorbitados. La clase media está desapareciendo y la riqueza se se concentra en una pequeña parte de la sociedad. Como destaca Rogoff, el enfoque de Piketty puede justificarse solo país a país mientras que, por el contrario, para Deaton no ha habido periodo en el que disminuyera más la desigualdad a nivel global que en los últimos 30 años. La globalización económica ha permitido que un altísimo número de personas del tercer mundo haya prosperado. China, La India, Malasia, Brasil o México han mejorado sustancialmente su nivel de vida con respecto a los países desarrollados. El resultado: la clase media occidental, que en realidad forma parte de ese 5 o 10% más rico del mundo, ha visto cómo debía competir con los salarios de la clase media de estos países emergentes. Hoy, el mundo es globalmente más igualitario salvo para un 0,1% que acumula mucha riqueza y ante el cual se muestra muy crítico Deaton.

Deaton también intenta medir el bienestar. La pregunta de cuánto dinero es necesario para ser feliz es recurrente. Daniel Kahneman respondió en 2010, 75.000 $, abriendo un debate interesante. Para Deaton la medición de la felicidad puede limitarse a dos preguntas que permiten evaluar la evolución del bienestar: ¿Cómo te va la vida? ¿Experimentaste tristeza o alegría ayer? Lógicamente factores como el aumento del desempleo o la pérdida de ahorros generan tristeza al provocar cambios traumáticos, lo que lleva a Deaton a posicionarse contra las políticas de austeridad. Pero de nuevo surge el sentido común y el hijo de una humilde familia de mineros escoceses acepta que las políticas de Margaret Thatcher fueron positivas.

Ese pragmatismo y sentido común, unido al empirismo riguroso, le lleva también a cuestionar el papel de los funcionarios en los países desarrollados o la “industria” de la ayuda al desarrollo, que dificulta el desarrollo de la estructura civil y política propia de un país.