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El martes, 22 de julio, fue un martes negro en la bolsa nipona, al explotar uno de los escándalos financieros de mayores proporciones en la economía japonesa de los últimos años, al conocerse que la empresa Toshiba ha estado inflando sistemáticamente durante siete años sus ganancias operativas en más de 1.220 millones de euros. La manipulación contable se inició en 2008, con el estallido de la crisis financiera, con irregularidades contables institucionales, con el objetivo de inflar intencionadamente la apariencia de beneficios operativos netos y hacerlos coincidir con las ganancias establecidas presupuestariamente y que la crisis sistémica convirtió en inalcanzables. Como consecuencia del escándalo, las acciones han perdido un 20% de su valor bursátil.

Hisao Tanaka, presidente ejecutivo de Toshiba, y Norio Sasaki, vicepresidente, habían implementado un sistema administrativo-contable de difícil detectación por parte de los auditores externos y que ha salido a la luz tras la denuncia de algunos empleados que sufrieron presiones de sus jefes para que las cuentas cuadraran con los objetivos establecidos.

La investigación abre la puerta a las responsabilidades penales que el equipo directivo y la propia empresa hayan podido incurrir. Los primeros por su actuación manifiestamente dolosa y la empresa por su omisión in vigilando al no tener establecido un adecuado sistema de control interno preventivo que permitiese detectar las acciones punibles de directivos y empleados.

Un amplio abanico de delitos societarios se han producido, presuntamente, en Toshiba y su entorno: manipulación de la contabilidad, fraude, estafa, administración desleal, etc., cuya repercusión económica y reputacional, por indemnizaciones, sanciones y multas pueden poner en riesgo incluso la supervivencia de la empresa, con más de 140 años de historia.

El ministro de Finanzas de Japón ha dicho que este escándalo llega en un mal momento, ya que el país está tratando de recuperar la confianza de los inversores internacionales en la disciplina empresarial del país, intentando mejorar la gobernanza de las corporaciones, gestión que se ve obstaculizada por la prevalente cultura conformista de las empresas, que no permite cuestionar a los jefes.

En este caso, como en el ocurrido en 2011 con la compañía Olympus (fabricante de productos fotográficos y de óptica), son ejemplos del modelo japonés de management, en el que prevalece una cultura corporativa estrictamente jerarquizada, que no permite ir en contra de los deseos de los superiores.

Y nuestra sociedad, instalada en la complejidad, la incertidumbre y el riesgo, exige formas organizativas inteligentes propias del pensamiento sistémico, que puedan crear valor y mayores ventajas al incorporar el conocimiento y la información a procedimientos operativos de la empresa, y en nuestro caso, que tengan capacidad de crear cultura del riesgo.