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Estamos en año de elecciones. No recuerdo haber vivido nunca 12 meses con tantas convocatorias electorales y, en algunos casos, con un resultado que será muy disputado. “Pan”, lo que se dice pan, poco, pero “circo”... vamos a tener para no aburrirnos.

Muchas de las acusaciones que oiremos estarán relacionadas con la “austeridad”. Unos y otros la utilizarán a su antojo -cual sardina- y arrimarán el ascua según sus intereses.

Recientemente leía una interesante entrada de Roger Senserrich (politikon.es) sobre este tema y -es cierto- “ningún político es pro austeridad”. Para un político los recortes nunca son una opción y siempre son obligados. Un representante popular puede dudar entre bajar los impuestos o aumentar el gasto, pero siempre va a tener claro sus preferencias y nunca serán aumentar la presión fiscal o reducir el número de inauguraciones.

El ciudadano suele valorar con menos rigor el despilfarrro que los recortes, al menos hasta hace unos años, y de aquellos polvos, estos lodos. Vivimos convencidos de que nuestro dinero solo va a pagar el sueldo de médicos, bomberos o maestros y nunca somos concientes de que también está enterrado en esa rotonda por la que pasamos cada mañana.

Mientras nos ordeñan con un sistema impositivo que desincentiva el esfuerzo e intentan seducirnos con el mantra de “no te preocupes solo perseguiremos a ricos y defraudadores”. Nunca te has preguntado ¿dónde comienza uno a “ser rico” o a “ser defraudador”? ¿Dónde estarán los límites de esa persecución?

Pero hoy la reflexión no era esa, tampoco la de Roger Senserrich en su artículo lo pretendía, sino en la vigencia de los compromisos adquiridos en años de vacas gordas y que ahora, que no están tan lozanas, si dichos acuerdos debían mantenerse. En la práctica el debate político no está entre más recorte y más gasto sino entre cumplir o no cumplir con lo acordado.

Es muy fácil ponerse en modo populista pero aquí, si te equivocas, no puedes dar una rueda de prensa para explicar las bondades de haber presentado una “declaración complementaria”. Aquí con un error la puedes liar parda.

Uno puede imponer quitas o, si quieres, directamente dejar de pagar, como algunos países sudamericanos llevan haciendo durante décadas, y otra cosa, muy distinta, es que nos quieran hacer creer que eso no tendrá consecuencias.
Por suerte, los alemanes se lo han dejado claro (clarito) a Grecia...