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Estas últimas semanas hemos leído mucho a cuenta del lamentablemente popular emisario de Talamanca, en la isla de Eivissa. No conviene reflexionar sobre este asunto, porque se entra en un estado de tristeza y abatimiento molesto, y que no sirve para nada. Es un asunto que resume bien el estado de nuestras cosas: Es una infraestructura básica y sencilla, pero, ¡ay!, invisible. Esta última característica fastidia el asunto, la hace bastante impopular dentro de las prioridades administrativas. Ni luce ni es “fashion”. Por ello es preterida: mientras aguante el emisario, hay otras prioridades.

Intervienen varias administraciones; claro, las famosas competencias. Analizadas desde la perspectiva económica, las competencias se han convertido en monopolios que ni hacen ni dejan hacer. Son irrenunciables, y ningún extraño las puede pisar (en derecho internacional, que dentro de nada será aplicable, sería una “injerencia en asuntos internos”). Mientras tanto, la casa sin barrer, y la playa llena de...

Esto además facilita enormemente “salirse por la tangente”. Hay argumentos para todos. Es un vivero fértil en excusas y justificaciones. No hay responsable.

Está denunciada y avisada su situación desde hace años. No importa, hay que esperar a que reviente. Es irrelevante la participación ciudadana que avisa y clama por la situación del emisario. Después de lo leído y escuchado estos días, hay que tener “más moral que el Alcoyano” para seguir creyendo que se escucha al personal. Sin embargo, quien no puede evitar reconocer que el marrón es suyo (nunca mejor dicho) declara que no cometerá una ilegalidad para solucionar el asunto del emisario.

Pasé por tres estados de ánimo al leer el titular (confieso que no fui capaz de leer la noticia entera): el primero, santa indignación, la reacción inmediata. Más tarde, tuve un ataque de risa: no deja de ser cómico que el fontanero diga que no soluciona la gotera, no vaya a ser que cometa una ilegalidad. Y finalmente, mucha tristeza. Pensé que seguro que el fontanero sabe de lo que habla y tiene razón, y se ve obligado a cometer ilegalidades para solucionar el asunto. En este país vivimos, y a pesar de todo, no tan mal.