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En los últimos meses se ha hablado mucho de Escocia y de Cataluña y de los posibles efectos económicos derivados del Sí escocés. Como se ha visto, a corto plazo el principal efecto de la independización o desintegración económica de Escocia del Reino Unido ha sido la introducción de un alto nivel de incertidumbre sobre la economía europea generando presiones cambiarias sobre la libra, el euro y sus principales mercados financieros, que tras el No escocés se han recuperado. Sin embargo, cabe plantearse cuáles hubieran sido los posibles efectos a medio y largo plazo del sí.

A medio plazo la independencia hubiera planteado problemas sobre el reparto de la deuda nacional o su posible repudio, así como la posible huida de capitales hacia otras plazas ante los potenciales vacíos legales (garantía o no de los depósitos por parte de la antigua autoridad monetaria, ausencia de prestamista de última instancia, definición del supervisor financiero, etc.). Estas cuestiones no deben tomarse a la ligera. Cabe recordar que en España a mediados de 2012 los rumores sobre su hipotética salida del euro generaron salidas de capitales de tal magnitud que casi se convirtieron en una profecía autocumplidora. Estudios realizados por entidades financieras internacionales en dicha época (Nomura, UBS, etc.) llegaron a plantear devaluaciones de hasta 50% de la moneda sustituta y caídas superiores al 20% del PIB. Un nuevo país con una nueva moneda y situaciones regulatorias inciertas podrían generar escenarios similares.

A más largo plazo, quizás deberíamos crear una nueva teoría económica de la desintegración como contrapartida a la teoría de la integración tan en boga hace dos décadas. A Jacob Viner y su artículo sobre las Uniones Aduaneras (1950) le cabe el honor de haber iniciado la discusión sobre la cuantificación de los efectos de la integración económica de las naciones. En su análisis, Viner no llegaba a resultados concluyentes pero el éxito económico obtenido por la Comunidad Europea abrió el camino a nuevos estudios. Autores como Paul De Grauwe o Paul Krugman continuaron estudiando los efectos beneficiosos de la integración. Como colofón a dichos estudios, el informe Cecchini de la Comisión Europea llegó a cuantificar en términos de PIB los beneficios derivados de la creación de un mercado único y de la integración monetaria europea.

La falta de concreción inicial de Viner se debía a que se trataba de un análisis estático en que se comparaban dos situaciones, una de partida y otra de llegada, calculando la potencial mejora entre ambas. Sin embargo, aunque el análisis era técnicamente impecable no atrapaba los efectos dinámicos de la integración. La unión económica de varios territorios permite fusionar o que se asocien empresas y se beneficien de economías de escala en la producción (ej: Airbus, IAG, etc), ayuda a prevenir monopolios naturales y aumentar la competencia, permite participar en grandes proyectos conjuntos (Galileo, Agencia Espacial Europea, etc), disciplina a los países miembros (vigilancia mutua), mejora su capacidad de negociación internacional, genera actitudes dinámicas de progreso (ante una mayor competencia) y permite beneficiarse de la posesión de una moneda fuerte (derecho de señoriaje). Pretender que el abandono del euro y de la UE no tienen efectos a medio y largo plazo para un territorio es padecer de un inquietante grado de ceguera.