Silvia Sánchez, empleada de Can Frasquet desde hace 11 años, atendiendo a un cliente. | Teresa Ayuga

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El corazón de Palma alberga un buen número de comercios centenarios. Mantienen sus puertas abiertas después de pasar por multitud de vicisitudes. Son, en general, negocios de carácter familiar, muy especializados y que se distinguen por un trato personal. La excepción son los que después de superar los cien años de vida se han visto obligados a cerrar. Tiendas como Can Picornell, la cerería más antigua de España, o Ca La Seu, la espartería más arcaica de Europa con casi 500 años de antiguedad, han dicho adiós a su cita diaria con la ciudad.

Los motivos de cierre derivan de varios factores, pero sin duda uno de los principales es la poca competitividad que tienen estas pequeñas tiendas frente a las grandes superficies. Para poder luchar contra estos gigantes, los pequeños comercios buscan la especialización y el servicio personalizado. Aquí se entabla la lucha entre lo artesanal y lo industrial. Una lucha desigual que las multinacionales tienen ganada si hablamos de horarios o precios. La falta de rentabilidad ha obligado a otros al cierre.

En el siglo XVII nacían comercios como Can Frasquet o Can Joan de s’Aigo; el Forn Fondo y Vidres Gordiola aparecieron un siglo después y han logrado sobrevivir hasta hoy.

El comercio tradicional no tiene por qué estar en peligro de extinción: si perduran en el mercado es porque ofrecen algo que no se puede encontrar en otro sitio. Son productos de una categoría óptima y, sobre todo, son únicos e irreemplazables. Es, en todo caso, imprescindible que se adapten a los cambios y a las necesidades de los clientes sin perder su esencia. En el caso de la juguetería La Industrial, que mantiene la oferta de juguetes clásicos y de colección, pero también ha añadido algunos productos que están de moda entre los niños.

Hay que remarcar que normalmente estos comercios centenarios son familiares y en la mayoría de casos la dirección está a cargo de un abuelo, que alguna vez fue nieto, como por ejemplo el famoso Forn de sa Pelleteria Ca’n Miquel, que desde el siglo XVI ha surtido de dulces gran parte de la isla pero que cerró en 2012. Su dueño falleció meses atrás y nadie recogió el testigo. Antiguamente, era habitual que los hijos heredasen la profesión del padre.

Cada vez son menos los negocios que mantienen su esencia. La confitería Frasquet es la única de Palma que cuenta con obrador propio en el mismo emplazamiento. Este es un oficio que ha quedado relegado a las grandes distribuidoras. Lo mismo ocurre con los exclusivos proveedores de La Industrial, ya que cada vez son menos los que trabajan con juguetes clásicos. También mantiene su esencia la Sombrerería Casa Julià, que tras varias generaciones permanece en el mercado de los sombreros con un producto peculiar, artesanal y siempre de calidad.