Actual cartel a la entrada del pueblo.

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Eran más de veinte y todos trabajaban, ofrecían un atractivo singular a esta localidad del Pla de Mallorca y un modo de vida para sus gentes. La actriz Sara Montiel, el cantante Joan Manuel Serrat, el entrenador Johan Cruyff y el piloto Carlos Sainz son algunos de los que no solían pasar de largo. Incluso la emperatriz de Persia, Farah Diba, sucumbió al encanto de estos pintorescos colmados. De aquellos tiempos, solo dos subsisten. Curiosamente, los primeros que abrieron sus puertas: el pionero, Ca na Sopeta, y Alls i Melons.

El inicio del desdoblamiento de la carretera Palma-Manacor, en 2004, fue el detonante de un largo e incesante goteo de cierres de los colmados de la carretera de Manacor a su paso por Vilafranca. Fueron muchas las opciones que se barajaron para que la localidad no perdiera la idiosincrasia que la caracterizaba: habilitar una ruta turística, un área de servicio, publicidad... Numerosas promesas que quedaron en meras palabras vacías, mientras Vilafranca se adentraba en un largo letargo. Hoy, parece que algo está despertando.

ACTUALIZACIÓN. El Ajuntament tiene previsto actualizar uno de los carteles que desde la actual carretera publicitan la oferta de estos colmados. En los últimos dos años se ha observado una cierta recuperación en las ventas y, hace ocho meses, un nuevo comercio abrió al público. Se trata de Tot d’aquí, un colmado que apuesta por el producto ecológico y a buen precio. Al frente se encuentra Francisca Font, quien está muy esperanzada en salir adelante. “Poco a poco”, afirma, está labrando una clientela “tanto local como extranjera” y “este verano ha sido bueno, había días que casi no podía ni descansar”.

Los dos colmados veteranos, Ca na Sopeta y Alls i Melons, también han registrado una mejora en sus cajas. “Desde hace unos dos años años la situación está mejorando”, asegura Guillem Morlà, de Alls i Melons. Pese a ello, los resultados distan mucho de los que obtenían en los años de la gran bonanza económica. “Ahora -afirma-, por nuestras cajas, podemos decir que vendemos aproximadamente un treinta por ciento de lo que se vendía cuando la carretera cruzaba por Vilafranca”.

Por su parte, Sebastià Jaume, de Ca na Sopeta, hace unos cinco años optó por ampliar la oferta de su negocio y actualmente combina la venta de frutas y hortalizas, tanto al por mayor como al por menor, con la venta de piensos y cereales. “Eran tiempos muy difíciles y esta diversificación nos ha ayudado a sobrevivir”, sostiene.

OBRA IMPRESCINDIBLE. Pese a la precaria situación por la que han pasado estos comercios, todos coinciden en que “era imprescindible desviar la carretera. En los años noventa, en los meses de verano, unos 28.000 vehículos cruzaban Vilafranca... era insegura e insostenible”, sostiene convencido Guillem Morlà. Hoy, el tráfico rodado se ha reducido a aproximadamente un millar.

Un millar de vehículos gracias a los que estos dos colmados con medio siglo de historia han llegado hasta nuestros días. Para ellos, los meses de verano son los más rentables. Esencialmente por la notable afluencia de clientes extranjeros, destacando, en un ochenta por ciento los de nacionalidad alemana, seguidos de los británicos y... recientemente los rusos. Estos últimos, “muy buenos clientes”, coinciden estos comerciantes.

Tanto Ca na Sopeta como Alls i Melons también conservan una clientela “muy fiel” desde hace más de treinta años. Francisca Andreu, la matriarca de Ca na Sopeta, explica que hay clientes que vienen desde los primeros años. “Algunos ya son casi amigos. Antes venían a comprar sus padres y ahora vienen sus hijos”. Francisca Andreu ha vivido centenares de anécdotas en su negocio. No en vano, junto a su marido, fue la pionera. Con ellos empezó la historia de este negocio de carretera... Fue en verano, y cómo no, con el producto estrella de estos colmados: los preciados melones de Vilafranca.

LA HISTORIA. El esposo de Francisca Andreu era proveedor de melones para el restaurante Los Melones, donde numerosos autocares de turistas paraban para comer. Un día, cuenta Francisca Andreu, el establecimiento no quiso adquirirlos porque ya tenía suficientes. Ante esta contrariedad, el esposo de Francisca abrió su cochera y los puso a la venta. En pocas horas, no quedaba ni uno. Todos vendidos.

Al poco tiempo, algunos vecinos se sumaron a esta idea, y poco a poco, a los melones se sumaron las tan vistosas ristras de ajos, de tomates de ramallet, de pimientos picantes... Así fue como a partir de un “no”, o a partir de un excedente, se articuló un próspero negocio para un pueblo agrícola.

En la actualidad, durante el verano, los melones siguen siendo uno de los productos estrella. En breve un actualizado cartel de 3X8 metros recordará que Vilafranca sigue viva. Quizás quedan menos testimonios pero los que quedan conservan toda la esencia de aquellos tiempos.