Vista de Dalt Vila y el puerto con un velero saliendo al atardecer

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Hoteles de lujo, palacetes que salen al mercado por nueve millones de euros y restaurantes no aptos para todos los bolsillos. Baluartes que se alquilan para bodas y eventos, un mercado medieval capaz de atraer a más 100.000 visitantes en un solo fin de semana, y una promoción turística cultural añadida a la etiqueta de Eivissa, destino de sol, playa y fiesta.

El sector privado y el público aprovechan las oportunidades de negocio que puede dar una ciudad medieval como Dalt Vila y sus murallas renacentistas del siglo XVI, un enclave que cuenta con el valor agregado que solo puede dar la declaración de ciudad Patrimonio de la Humanidad, que otorga la Unesco. Y, aunque es tan estacional como el resto de la oferta de la isla, su singularidad permite que los empresarios logren un plus en su rentabilidad y que la administración local pueda conseguir un ingreso extra para las arcas públicas.

Porque aunque este patrimonio mundial aún no llega a ser tan atractivo como para ser un negocio en sí mismo, “es un valor añadido”. Así lo asegura Ángel Miguel, director del primer hotel cinco estrellas del recinto amurallado, El Mirador de Dalt Vila. “El entorno cultural es un plus, la gente se va impresionada de la localización”, explica el responsable de este hotel ubicado en una casa señorial de 1904, con solo doce habitaciones que se comercializan a partir de los 550 euros. Su temporada es de ocho meses y su ocupación media del 75% se ve favorecida por el entorno. “Estar en el centro cultural y el centro de compras, ayuda”, afirma Miguel, que intenta que el hotel sea “un producto de larga duración”.

CON ESTRELLA. En general, la categoría de los hoteles sube cuando se cruzan las murallas. El Mirador es uno de los cinco hoteles de Dalt Vila y, aunque el resto figura oficialmente como establecimientos de dos y tres estrellas, porque tienen pocos metros cuadrados, todos prestan servicios de cuatro estrellas. “Son hoteles de gama alta y por supuesto que el precio medio es alto. Son hoteles pequeños y exclusivos en un sitio especial”, asegura el presidente de la Federación Hotelera de Eivissa y Formentera, Roberto Hortensius.

El representante de los hoteleros recuerda que tienen el hándicap del acceso, que suele solventarse con un servicio de transporte propio del hotel. “Pero como todo hotel que está abierto, tiene que ser negocio. Son un caramelito, por la zona que en la que están y las vistas que tienen”, insiste Hortensius, que recuerda que en Dalt Vila se construye además un Parador Nacional de Turismo.

El lujo y los precios altos también caracterizan las propiedades ubicada en el patrimonio mundial. De esta forma, mientras algunas casas antiguas están pendientes de rehabilitación, existen verdaderas mansiones solo posibles para grandes fortunas. Un palacio reformado del siglo XVIII, actualmente a la venta por 9,5 millones de euros, es buen ejemplo de ello. Ubicado junto a la catedral, cuenta con numerosas suites y, como todas las publicidades de venta de propiedades en esta zona de la ciudad, destaca su particularidad de estar en un entorno declarado Patrimonio de la Humanidad. Este es un extremo, aunque también se pueden encontrar viviendas de 180 metros cuadrados que alcanzan el millón de euros, y que salen a venta como “una porción de este paraíso”.

El patrimonio sube precios y categorías de hoteles, viviendas y también de restaurantes. Sentarse a cenar en una de las terrazas de la ciudad amurallada no cuesta menos de 40 a 50 euros por persona. “Son restaurantes que trabajan sobre todo con público extranjero y son muy estacionales, en octubre cierran todos”, explica Joan Riera, presidente de Restauración de la Petita i Mitjana Empresa de Eivissa y Formentera.

Pero no solo el sector privado le saca partido a Dalt Vila, el propio Ajuntament d’Eivissa, que además tiene el mérito de haber conseguido la declaración de Patrimonio Mundial, combina las inversiones en rehabilitación con los beneficios del reconocimiento. De esta forma, además de la promoción como destino cultural, celebra eventos, alguno de ellos multitudinarios, que se han llegado a convertir en atractivos turísticos en sí mismos.

Así, cada segundo fin de semana de mayo para conmemorar la declaración de la Unesco en 1999, se organiza una feria medieval por la que pasan más de 100.000 personas en un solo fin de semana, y que congrega en la ciudad de Vila a los primeros turistas del arranque de la temporada.

BODAS EN LOS BALUARTES. La última iniciativa municipal para sacar rendimiento al patrimonio es el alquiler de los baluartes para celebrar bodas con tasas de hasta 1.200 euros, por un máximo de cinco horas de utilización, una propuesta que ya se promociona en ferias especializadas. Además, el Consistorio prepara un plan de usos para establecer precios más adecuados a la utilización de estos espacios protegidos ya que, si no son bodas, en la actualidad solo se puede cobrar una tasa de ocupación de vía pública.

La propuesta nace de un error que cometió el propio Ajuntament en julio al alquilar el baluarte de Santa Llúcia, el más grande de Dalt Vila, para una fiesta electrónica. Además de las quejas vecinales por ruido, el Consistorio solo cobró por ocupación de vía pública, ingresando a las arcas municipales uno escasos 3.000 euros. Mientras, la promotora de la fiesta vendió a 60 euros la entrada y reservó mesas vips a 5.000 euros cada una. Finalmente, el Ajuntament también tuvo que hacerse cargo de la limpieza, con lo cual, la fiesta salió más que cara al municipio de Vila. “Se va a hacer un plan de usos del baluarte y dependiendo de la actividad tendrá una tarifa u otra”, explica el concejal de Comercio y Turismo, Raimundo Prats. El edil destaca que Dalt Vila “es una zona exclusiva, que por suerte para la ciudad se ha convertido en un atractivo para el turismo de alto poder adquisitivo”. “No me querría imaginar en una zona patrimonio turismo como el que puede haber en determinadas zona de Sant Antoni”, señala Prats, en referencia a los jóvenes ingleses que veranean en el municipio vecino.

Las visitas guiadas son otra forma de sacar partido al patrimonio. Pepe Boned, el director de la agencia Viajes Al Sabini, explica que entre mayo y octubre tiene por día de excursión una media de 100 turistas y hasta 200 en temporada alta que pagan 30 euros por persona. “Es una visita obligada”, asegura.