‘No pesan los años, pesan los kilos’ rezaba un conocido spot de agua mineral en los '90. Realmente, el DNI tiene un peso específico en nuestra vitalidad, se pongan como se pongan los de Font Vella. A sus 76 abriles, el ímpetu de Joaquín Sabina no es el mismo, le obliga a cantar sentado largos tramos del concierto, pero sería antipático encontrarle el punto flaco a su noche de despedida. Una velada marcada por una extraña conjunción entre nostalgia y alegría, entre noche y poesía, entre sonrisas y escalofríos.
Nueve mil fans se citaron en Son Moix para sumergirse en las historias que nacen en su voz cavernosa, retratos de personajes que no son de verdad ni de mentira, simplemente soportan el paso del tiempo porque son un nítido reflejo de nuestras miserias. Pero no hay congoja, el ambiente es de celebración cuando miles de teléfonos se elevan para capturar el recuerdo de la primera canción del 'flaco'.
‘Un último vals’ y Lágrimas de mármol’ alzaron el telón, dos temas de su última época, suponiendo que sus composiciones tengan época. A continuación, con un sentido rítmico menos vivo, sonó ‘Lo niego todo’, una de esas historias de desesperanzado escepticismo marca de la casa, en las que la música es sólo un pretexto para acompañar a letras dolientes. ‘Mentiras piadosas’ fue la cuarta salva de la noche. Un tema de ritmo hipnótico que ejerce sobre el público el sutil efecto de un encantador de serpientes, con ese estribillo que te golpea con verdades universales: ‘Las caricias que mojan la piel y la sangre amotinan / se marchitan cuando las toca la sucia rutina’, cantaba Sabina, sostenido en un acompañamiento de enorme competencia instrumental, que no daba una nota de más, manteniendo el clímax del recital. Juntos consiguieron que Son Moix luciera como un íntimo cuarto, el lugar donde hacemos nuestras las canciones, embriagados por sus metáforas brillantes, su lucidez reflexiva y su racionalidad siempre inteligente.
Jamás pretendió sonar actual, y sin embargo la variedad generacional de su público confirma que el rey de la metáfora ha envejecido alejado de anacronismos, demostrando que lo que funcionaba ayer puede seguir haciéndolo hoy, y que nunca es tarde para encontrarse con una melodía que nos dobla la vida. Porque todos seríamos más pobres, más tristes, sin sus maravillosas criaturas, sin las medias verdades de este explorador de los rincones oscuros del alma, un andaluz con pasaporte madrileño, amante de la cultura francesa y la luz mediterránea, que en su última función trajo consigo un gigantesco montaje con el que atravesará el mundo por última vez. En medio de todos esos focos y los ecos de guitarras susurrantes, reina el Sabina más coqueto y canalla, la estrella incombustible que saludó al grito de ‘Buenas noches Palma. En mi última gira quería pasar por aquí, esta ha sido una ciudad importante para mí. Aquí hice la mili y me casé por una buena causa: dormir fuera del cuartel. También conseguí un trabajo en el periódico Ultima Hora y tuve una novia que seguro andará por aquí. Ella fue mi musa. Por eso venir a Palma acelera especialmente mi corazón, gracias por venir’.
Sus parlamentos no lanzan andanadas políticas al estilo Springsteen, encuentran su diana en el desierto moral que pulula en la noche, en los bares, en el neón y en la poesía tenebrosa con la que seduce a ‘jóvenes rockeros’ en la sesentena de sus vidas. Es un icono poco ejemplar, voz de una conciencia libertina y disipada, rebelde en el crepúsculo a quien le ha llegado la hora y lo afronta con dignidad, agitando el pañuelo y guiñando un ojo cómplice mientras desgrana historias que convierten lo lúbrico en lúdico. Y mientras pasea su voz áspera y aguardentosa, se detiene para dialogar con el público. Es otra faceta de su oficio: manejar el escenario, jugar con los climas y las tensiones, pasando de la sensibilidad al humor y permitiéndose algunos momentos de introspección.
El maestro del bombín llegó con una maleta cargada de vida, himnos eternos que nos han aficionado al ‘whisky sin soda y al sexo sin boda’, que nos han dejado perdidos 'como un quinto en día de permiso, como un santo sin paraíso, como el ojo de un maniquí’, y es que nadie refleja mejor la búsqueda del amor y sus despojos, nadie posee una brújula más certera para guiarnos por la ternura a través de los lugares más insolentes y canallas. Solo él. Y mientras cantaba, las gigantescas pantallas amenizaban cada tema con imagenes que lanzaban guiños al pasado.
La solvencia y la integridad con la que impuso su propuesta dejó al público entregado, atónito y feliz ante la sucesión de un repertorio que es memoria viva, pegamento generacional capaz de unir a padres con hijos, a cínicos y románticos. Un hito impensable sin joyas como Calle melancolía, 19 Días y 500 Noches, Pacto entre caballeros o Princesa… El mesías de la hondura emocional se nos va, pero nos queda la compañía de su música, y sin embargo estamos un poco más solos, como aquel torero al otro lado del telón de acero…
4 comentarios
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Bravo Xavi, un article memorable!!!
Si señor, estupenda crónica
Enhorabuena a quién ha escrito el artículo. Ha sido una grata sorpresa encontrarme con una crónica de concierto digna de un genio como Sabina. Gracias por acercarnos de nuevo a él.
Bravo. Estuve en el concierto, y no se puede describir mejor el ambiente y todo lo que latió en el "hola y adiós" de Sabina, la banda sonora de nuestra vida. Magnífica reseña.