Sebastià Alzamora: «Estoy harto de las burlas y mofas de los herederos ideológicos del fascismo»

Este miércoles llega a las librerías el nuevo poemario del autor, 'Sala Augusta seguit de Llengua materna' (Proa)

Sebastià Alzamora es miembro de la Secció Filològica del Institut d’Estudis Catalans (IEC) y delegado en Palma de esta institución | Foto: T.Ayuga

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Tras celebrar el 30 aniversario de su vida poética con la reedición de Rafel (Lleonard Muntaner, 2024), Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) publica un nuevo poemario que, en realidad, contiene dos poemas: Sala Augusta seguit de Llengua materna (Proa). El volumen, que sale a la venta mañana, se presentará el 6 de junio en la Fira del Llibre de Palma y, al día siguiente, en Món de Llibres (Manacor).

La memoria articula las dos obras, muy diferenciadas, que se incluyen en el libro: la Sala Augusta como antigua prisión franquista y la muerte de su madre...
—Sí, son dos poemas en uno, muy diferentes, aunque están unidos por la memoria. El primero se refiere a la memoria colectiva, mientras que el otro tiene una faceta personal e íntima. Aunque es cierto que en este último hay un elemento de memoria colectiva, que es algo que tenía muy presente cuando lo escribía, ya que mi madre era rivetera [coser zapatos] y formaba parte de la industria de calzado, muy potente en aquella época. Por otra parte, ambos poemas están unidos por el tiempo, porque los escribí en paralelo, hará ya seis o siete años.

La Sala Augusta fue una de las prisiones franquistas de Palma, pero hubo más: Bellver, la Biblioteca Can Sales... ¿Por qué eligió la Augusta?
—Porque para mí fue todo un descubrimiento saber que aquel cine, que todavía hoy tanto admiro, donde disfruto de ver películas, había sido la cárcel de Can Mir. Me impactó saber que un lugar en el que tanto disfruto y soy feliz, fue también el lugar donde tanta gente fue agredida de la forma más brutal.

Habla de los «fantasmas» de la Guerra Civil, ¿«fantasmas» porque todavía tienen asuntos pendientes, como se suele decir en las películas?
—Sí, porque la Guerra Civil es nuestro gran tema pendiente. Nuestra democracia todavía está pendiente de validación precisamente porque no se resolvió como tocaba la cuestión de las víctimas, las muertes y las atrocidades fascistas de la guerra.

Lamenta que la posguerra no puede haber existido porque todavía perdura la guerra.
—Es una manera metafórica de decirlo, porque afirmarlo así sería una frivolidad teniendo en cuenta todas las guerras que vemos cada día. Pero es cierto que el luto por la guerra no está cerrado. Es más: han aparecido negacionistas de los crímenes del fascismo antes que los demócratas no terminaran de resolver y pasar el duelo, que estamos postergando porque nunca es un buen momento. Este poema quiere ser una aportación poética, no historiográfica ni de partidos políticos, pero sí una poesía política hecha desde el arte. No tengo reparos en decirlo: es un poema abiertamente antifascista que apela a la memoria de los que sufrieron los crímenes y que todavía hoy los sufren. Me gustaría que no quedara como un poema conmemorativo, porque es un memorial que liga con todo lo que ocurre hoy en día. Me preocupa mucho el fenómeno de la emergencia de la extrema derecha. Nos hemos acostumbrado a convivir con él, pero es una amenaza real: hay quien cree de verdad que estos crímenes se cometieron a base de bien, que actuaron correctamente. Estoy harto de oír cada día las burlas hacia las víctimas, la negación del horror, la arrogancia y la prepotencia de los herederos ideológicos de esos asesinos. Les pediría silencio: no sois dignos de participar en una democracia.

Portada de 'Sala Augusta seguit de Llengua materna' (Proa).

Cita cuando Le Senne rompió la foto de Aurora Picornell en el Parlament, aunque no da nombres.
—Es que la Guerra Civil no es una cosa del pasado, es de hoy, de ahora. Estamos hablando de una generación que todavía vive o que sufrió las consecuencias directas. Y eso nos afecta a todos, está a flor de piel. Lo que comenta es, desgraciadamente, solo un ejemplo de los centenares que hay de negacionismo agresivo, de escarnio y mofa hacia las víctimas, algo muy propio del fascismo y la extrema derecha.

¿Cómo se relaciona todo eso con su madre y su infancia?
—Cuando pensaba en el impacto de lo de la Augusta me rondaba un poema no sobre la muerte de mi madre, que todavía estaba viva, sino sobre un recuerdo relacionado con ella: cuando la acompañaba, por un camino sin asfaltar, a entregar su trabajo como rivetera. Tenía ganas de escribir sobre esos momentos de la primera infancia que son epifánicos, porque te remiten a cuando descubres el mundo. Por desgracia nos quedan pocos momentos así, de memoria inicial...

Es como si rebobinara su película interior, porque, al fin y al cabo, la memoria funciona también como un filme.
—Sí, de hecho, hay influencias literarias y cinematográficas de las que soy bastante consciente. Por ejemplo, Sala Augusta tiene formalmente mucho que ver con los poetas franceses de hace cien años, como René Char o Saint-John Perse. Por temática, está vinculado con la poesía antifascista de autores como César Vallejo, Bertolt Brecht o Paul Celan. En cambio, en Llengua materna resuena Pasolini o Estellés. Y luego está el cine, de Rossellini, sobre todo Roma, ciudad abierta y Alemania, año cero.

Justamente su último título fue la reedición de Rafel, escrito a raíz de la muerte de su amigo.
—Sí, aunque no me tengo por un poeta fúnebre ni fatalista. Creo en lo que decía Maragall: «Sia’m la mort una major naixença!». La muerte de una persona querida nos hace nacer, metafóricamente, porque nos hace replantearnos cosas y mirarlo todo con ojos de no rutina, de estar en alerta. Nos recuerda que estamos vivos, cuando estar vivo es un prodigio. Que sigamos aquí es excepcional y eso es lo que tus muertos te recuerdan. Y te acompañan. Es cierto que hay una parte de duelo porque tienes que aceptar que nunca más volverás a ver a esa persona, que es lo más duro de la muerte, pero te quedas con su presencia, con su voz. Ese espacio de memoria es el que te queda dentro y te acompaña en tu día a día y condiciona para bien la manera de ver las cosas. Es como si sumaras en ti la mirada de quien ha muerto, como si esa energía la asumieras tú y te la hicieras tuya. En este sentido, es bonito. La idea de juntar los dos poemas vino de ahí: ambos, aunque traten sobre gente muerta, para mí son celebraciones de la memoria.