Tan solo un año después de La playa del carbón, Helena Tur regresa al panorama editorial con El caso de la mujer del estanque (Plaza & Janés), que define como «cozy crime» que sucede en la costa de Vizcaya en el XIX. Lo presentará este jueves en Quars (Parellades, 12) a las 18.30 horas junto a Gemma Marchena, periodista de esta casa.
¿Qué es exactamente un «cozy crime»? —Es una etiqueta más de las que se usan comercialmente para saber qué se encontrará el lector. Viene a ser la Agatha Christie de toda la vida: una novela policíaca amable que no te hace sufrir y con la que disfrutas con sus cotilleos. Patricia, un personaje secundario, es muy cotilla.
¿No será un alter ego suyo? —No. Yo soy discreta, aunque es cierto que si eres escritora en realidad eres cotilla, pero porque necesitas saber cosas escabrosas para escribir historias sobre los personajes.
El sello diseñado por el artista Óscar Vázquez para ilustrar las historias de cozy crime que publica Helena Tur. En la presentación de este jueves habrá seguidores de la autora con camisetas de este personaje llamado Izu.
Como La playa del carbón, sigue habiendo mucho romanticismo. —En esta hay dos historias de amor: una previsible y otra no. En cambio, La playa del carbón es eminentemente romántica.
Y regresa al siglo XIX y al norte de España. Parece que tiene una fijación con esta época... —Sí, pero son cosas que pasan cuando escribes. En este caso fue porque cerca de ese pueblo es donde asesinaron al presidente del gobierno Antonio Cánovas del Castillo. De hecho, en un principio el prólogo hablaba sobre este asunto, pero era mejor quitarlo para la novela. Es verdad que buscaba un sitio rural, por el norte y tuve la suerte de que Sergio del Campo Olaso, que se dedica a arreglar órganos, me hiciera de cicerone. Me ayudó mucho en la ambientación.
En la entrevista por La playa del carbón ya confesó que no se atrevía a situar una novela suya en Ibiza o Mallorca. ¿Sigue pensando lo mismo? —Es que soy demasiado consciente de lo que no sé, de los detalles que me faltan...
¿Y no le sucede lo mismo con el País Vasco? —Debería pasarme, pero no me pasa. Somos seres incoherentes. No le pidas coherencia a un ser humano... ni a Chat GPT.
Carme Riera me confesó que siempre lo pasa mal cuando tiene un nuevo libro en la calle. ¿Le ocurre lo mismo? —Sí, tengo mucho miedo. De hecho, quieren montar una presentación allí, en Ochandiano.
Supongo que el último libro siempre es el mejor posible; es decir, que esta novela es la mejor que ha podido escribir. —Sí, pero desde que pongo el punto y final hasta que sale a la luz pasa tiempo y, en consecuencia, dudas. Igual que en un examen vas convencida, pero cuando salen las notas estás aterrada.
Hace apenas un año publicaba La playa del carbón, ¿cómo puede seguir el ritmo así? —Es porque ya lo tenía escrito. También tenía este que sale ahora y tengo más novelas ya terminadas. Cuando era profesora, porque ahora estoy de excedencia para cuidar a mis padres, dedicaba todo el verano a escribir y luego siempre me pedía también un permiso de mes y medio sin sueldo, de navidades hasta marzo. Trabajaba a jornada completa. He renunciado a vacaciones para escribir, es lo que me pedía el cuerpo. Es mi forma de evadirme del sistema educativo actual. No por los niños, que son lo mejor, el aula es lo mejor. El problema es que tienes que fingir que crees las estupideces que ocurren. Muchos compañeros saben que es todo basura y fingen que están bien, pero si no sabes fingir eres la rara.
«Si está bien escrito, no debería notarse si un libro lo ha creado un hombre o una mujer»
¿Habla por usted? —Sí. Ahora parece que se dan cuenta, pero era la única que quería una pizarra de tiza y que los alumnos escribieran a mano en lugar de estar hablando de emociones. Es cuestión de sentido común, pero parece que estás loca. Lo más revolucionario ahora es que los niños aprendan algo.
Hay una mujer, que pretende traer la modernidad al pequeño pueblo, que es asesinada... —Pero intenta cambiar las cosas no exactamente por los aires de modernidad, sino que quiere que se hagan las cosas a su manera, según su modelo. Quiere ser la novia en la boda y la muerte en el entierro. Esto último lo consigue... Imagínese que en un pueblo de Mallorca llega una forastera que quiere ser la estrella. De primeras, cae mal.
Forastera es una palabra con potentes connotaciones negativas en las Islas... —En un pueblo de 200 habitantes cualquiera de fuera es forastero. En la novela uso también la palabra guiristino. En Eivissa decimos murciano. He vivido ocho años en Canarias, soy muy forastera. Cuando pronunciaba la z ya me miraban mal. No creo para nada en la procedencia de la gente, sino en la gente. Tratar distinto a alguien por ser forastero es como llamar negro a Vinicius, no es un insulto. Yamal también es negro. Sí, soy una hooligan del Barça. Soy hija única y he crecido llorando por el fútbol. Cuando hay fútbol soy otra persona.
¿Aparece el fútbol en alguna de sus historias? —Sí, de hecho en la siguiente, que previsiblemente se titulará El caso de las vías de tren, está ambientada un año después que esta, en el desastroso 1898, cuando se funda el Atlético de Bilbao, algo que se menciona. La próxima ocurrirá en 1899 y la quiero ubicar en un asilo de la misericordia de Bilbao.
En las novelas de Paul Auster, por ejemplo, se nota su predilección por el béisbol. —En las novelas de Auster se nota la testosterona.
¿Nota cuando es un hombre o una mujer quien firma el libro que lee? —No creo en el género. Creo en el género humano, como cantaba La Internacional. Hay cierta diferencia sexual, biológica, pero mucha es cultural. Si está bien escrito, no debería notarse si se trata de un autor o autora. Por ejemplo, Lispector y Yourcenar escriben de maravilla y yo no lo noto.
¿Cree que, en su caso, se nota que es mujer? —Creo que sí. Piense que mi literatura es para todos los públicos, no es, digamos, muy profunda.
¿El hecho de que sea para todos los públicos implica que no puede ser profunda? —Tengo una novela que no se publicará nunca que puede que no se note tanto. Es muy filosófica.
¿Cómo está tan segura de que no se la publicarán nunca? —Porque me dicen que no es comercial... Aunque tampoco tengo prisa. Tal vez lo hagan cuando tenga un nombre. Al fin y al cabo, no soy María Dueñas o María Oruña. O cuando no necesite dinero y pueda experimentar. Yo experimento, aunque no lo publique. No tengo marca.
¿A qué se refiere? —Cuando lees a Dueñas, a Mikel Santiago o Carmen Mola sabes qué te vas a encontrar, pero en mi caso eso va variando. Comercialmente, es importante tener una marca. Por eso estoy tan feliz de que Plaza & Janés haya apostado por mí.
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