En una sociedad altamente tecnificada como la nuestra, parece paradójico la separación entre la ciencia y, bueno, el resto del mundo. Para Juan José Gómez Cadenas (Cartagena, 1960), físico y novelista, se debe no tanto a que se hayan acomodado los científicos en su torre de marfil, sino que les «han encerrado y tirado la llave». Con el motivo de divulgar lo que hacen los de su gremio, pero con las inquietudes literarias de un hombre que defiende al artista renacentista, Gómez Cadenas cultiva la ciencia como director del proyecto Next del Laboratorio Subterráneo de Canfranc y la literatura como autor de novelas como Nación Neandertal. Mañana, a partir de las 19.00 horas, charlará con alguien muy similar a él: Agustín Fernández Mallo en el ciclo Sa Nostra Conversa para tratar el tema de Acord i conflicte en la tecnologia.
¿De qué tratará la conversación que mantendrá con Fernández Mallo mañana?
— Al ser una conversación, y con un interlocutor tan interesante, vamos a dejar que fluya. Soy físico y novelista, al igual que él, y dejaremos que la cosa nos lleve adonde nos lleve. Tocaremos temas relevantes como la relación entre ciencia y literatura, combatir los prejuicios que vienen a dividir el mundo, como la idea del científico como alguien frío y con bata blanca o del literato como alguien con alma, pero que no sabe sumar 2+2.
¿Por qué aboga usted?
— Hay que ser científicamente literato. Hay que entender los números porque es difícil entender la complejidad del mundo en el que vivimos. La energía nuclear, el cambio climático o las tarifas del amigo Trump. Todas estas respuestas requieren de de la ciencia y no solo ella, sino un conocimiento razonable de economía y demás. Además, es importante no transformarnos en máquinas, y por eso seguimos y debemos seguir formándonos y leyendo a los clásicos.
La separación entre ciencia y el resto se vuelve más acentuada en una sociedad tan altamente tecnificada y dependiente de la tecnología como la nuestra.
— Sí, precisamente. En España, el ciudadano tiene una cultura general no pequeña. Quien más quien menos lee periódicos, novelas, etcétera, pero la cultura científica deja un poco que desear y alguna vez he oído a periodistas o intelectuales que valoro decir: yo no sé de matemáticas y reírse. Es como si yo dijera que no sé si burro va con ‘b’ o con ‘v’. La gente deberá tener una base numérica, al menos. Lo mismo que sabemos leer, deberíamos entender los números porque si no estamos condenados a estar rodeados de objetos mágicos como la bolsa, las tarifas o Starlink.
«En nuestro país, el rechazo a la energía nuclear es algo sociológico, y eso no se combate con argumentos»
En su caso se aprecia este intento por salir de ese nicho en el que les coloca la sociedad y hacer entender la ciencia a la gente a través de la divulgación, ¿por qué ese esfuerzo?
— Cuando me preguntan por qué salir de la torre de marfil digo que es que nos han encerrado ahí y tirado la llave. Los científicos tenemos una pulsión importante por comunicar y también hacemos ciencia con el impuesto de los ciudadanos. Es nuestra obligación, aunque no desagradable, contar lo que hacemos. Aveces puede frustrar, sí, y acabas hasta las narices, como cuando escribí El ecologista nuclear, que hablaba de esta energía y de las renovables.
¿Qué ocurrió?
— Fueron años intensos y la que se lió. Me invitaban a debates gente ya convencida de la energía nuclear, que cuando les decía las pegas de esa energía me regañaban, o me invitaban los detractores que directamente me crucificaban. Me di cuenta de que atacaba un problema sociológico con argumentos científicos. En España, el rechazo a la energía nuclear es sociológico. En cualquier caso, muchas veces sí logramos transmitir la idea al público y eso es importante.
Teniendo en cuenta las temáticas de sus novelas y los avances científicos, ¿poder es deber?
— Es una pregunta extremadamente interesante y difícil. Idealmente diría que no, que no estamos obligados a hacer lo que podemos, pero en la práctica, ¿cómo se hace? Pongo dos ejemplos: cuando se descubre la energía nuclear, ¿cómo se da? Uno investiga las propiedades de los núcleos y acaba descubriendo la fisión. Es decir, la forma de no descubrir la energía nuclear es negarse a estudiar y esto hubiera sido un parón, pero claro, una vez que logras eso, la bomba atómica es inevitable como lo es un motor que nos puede llevar a las estrellas. Ojalá pudiéramos no haber descubierto algo, pero una vez logrado no tiene remedio porque no hay forma de no haberlo descubierto a no ser que capáramos de manera violenta el avance en ciencia.
¿Cuál es el otro ejemplo?
— La IA. Una vez más es jugar con el fuego de Prometeo. Con la energía nuclear hemos regulado el uso y solo hemos tirado dos bombas y en el caso de la IA creo que hay que regularla. No prohibirla, ni mucho menos, pero sí no entenderla como agentes ni ponerla a regular cosas como la bolsa o al frente de la decisión de tirar un misil nuclear.
«La gente debería entender los números para comprender la complejidad del mundo en el que vivimos»
¿Qué opinión tiene, por cierto, sobre la IA a día de hoy?
— Hay mucha gente que se ha venido arriba con la IA. Tenemos máquinas de modelos de lenguaje que son sofisticadísimas y han cambiado el paradigma, pero tienen muchas limitaciones y no tengo ninguna duda que no razonan ni son especialmente inteligentes. Pero avanza muy rápido y hay papers sobre algunas a las que ponen a jugar partidas de ajedrez con programas preparados para ello y son capaces de hacer trampas para ganar. No entiende más, pero lo hace, y es remarcable porque hacen cosas extrañas como estas y evolucionan a una velocidad tremebunda. Es complicado sacar una idea clara de hacia dónde van, pero habría que usar el principio de precaución: si entra dentro de lo posible desarrollar un sistema que decida si tirar o no una bomba atómica, vamos a hacer lo posible para que no ocurra y no tomen esas decisiones.
Por último, ¿qué hacer con el negacionismo?
— Hay un poco de moda y creo que las sociedades modernas se han olvidado un poco de lo que vale un peine. Algunas cosas son reacciones legítimas, porque en la pandemia hubo muchas imposiciones y decisiones tomadas de aquella manera. y es normal que un señor que no sabe del tema desconfíe si le dices de un día para otro que ha de usar mascarilla y luego no y luego sí otra vez. Con todo, son momentos fluctuantes y tiene que ver con un rechazo a lo que está instituido, y eso incluye a la ciencia. En cualquier caso, España no es un país negacionista y es porque ha sido un país pobre en el que si no te ponían vacunas se morían niños y, de golpe, cuando llegaron las vacunas se dejaban de morir, y esto la gente mayor lo recuerda. Es un problema, desde luego, pero la gente se merece que se le expliquen las cosas.
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Dins els votants del ppvox n'hi ha bastants que se creuen les seves pròpies teories, potser no arribam al terraplanisme, però no estan tan enfora