LITERATURA

‘Dos minuts a Formentor’, un viaje de «contrastes» por los paisajes perdidos de Mallorca

Tomeu Simó Mesquida publica con su sello Espelma Edicions su tercera novela, ambientada en el Pla durante la década de los 90 y principios de los 2000

Tomeu Simó Mesquida es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y trabaja como traductor, corrector y profesor de Historia. Además, en 2016 fundó su propio sello: Espelma Edicions. | RICARD OLIVER

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Cuando Tomeu Simó Mesquida (Santa Maria del Camí, 1978) empezó a escribir su tercera novela, Dos minuts a Formentor, asegura que tuvo que darse cierta prisa porque, como suele decir la manida frase, la realidad a veces supera la ficción. Y es que el título viene de un anuncio en la carretera de Formentor que invitaba a los turistas a pagar un euro para fotografiarse al lado del faro, una estampa que refleja el tema que atraviesa toda la novela: la pérdida de la identidad y del paisaje mallorquín por culpa de la masificación turística. La obra, que lanza con Espelma Edicions, sello que fundó en 2016 para publicar sus propios cuentos infantiles ambientados en las Islas, se presentó ayer en la Biblioteca Can Sales de Palma. La próxima cita ya será en Barcelona el 22 de marzo, en La Ciutat Invisible, aunque también está previsto un acto en Alaró en una fecha todavía por confirmar.

Dos minuts a Formentor, reconoce el autor, es una obra de «contrastes». Ambientada a caballo entre finales del siglo XX y principios del XXI, plasma los cambios que ha experimentado el campo mallorquín. «Las familias que explotaban las fincas han pasado a venderlas para convertirlas en alojamientos de lujo, hoteles rurales o por especulación. La novela está ambientada exactamente en el punto en el que eso ocurre. El protagonista siente un profundo amor por su tierra, donde ha nacido y crecido, pero de pronto se da cuenta cómo el cambio en el modelo de vida lo trastoca todo. Creo que muchos lectores podrán sentirse identificados con esa sensación», explica.

Un amor que surge del propio autor. «He querido transmitir mi pasión por la tierra y el mar, no solamente a través de los personajes de la historia, sino también a partir de los entornos que aparecen en ella, todos ellos reales y muy reconocibles. Casi todos son de Mallorca, aunque también de fuera, pues el protagonista emprende un viaje a Montefrío [Granada]», aclara.

Con todo, esa pasión se transforma en frustración y resignación por la pérdida de la idiosincrasia mallorquina. «En cierto modo, es un viaje de resignación unido por el cambio de paisaje y de paradigma de la vida mallorquina. Si lo pensamos, todas las cosas que han durado siglos han cambiado en muy poco tiempo. Asimismo, se puede decir que no es un elogio al fracaso, pero sí recoge la sensación de que si no tienes una buena casa, una buena familia con la que te llevas muy bien o no tienes cincuenta mil seguidores en Instagram no eres nadie. Creo que los personajes tienen tanta fuerza porque son una suerte de antihéroes, no conocen el éxito, sino la realidad, que es precisamente lo que les humaniza», precisa.

Con todo, el autor admite que, en un principio, la novela tenía como punto de partida una historia real sobre la «primera, o al menos que yo sepa, chica que vino de Andalucía para recoger almendras a Mallorca, que trabajaba en la finca al lado de mi casa». «Quería encontrarla y que, treinta años después, me diera su punto de vista como forastera que viene a trabajar a Mallorca, en paralelo, contar el punto de vista del mallorquín que la acoge. Incluso fui a su pueblo para hablar con ella, pero después de hacerlo me di cuenta de que debía replantearme la novela», recuerda.

Memoria

En la novela hay unos pasajes a modo de diario que establece una especie de cronología no lineal con detalles tan variopintos como los Juegos Olímpicos de 1992, la muerte de los abuelos en 1995, la llegada de la máquina de tomar ametles en 1997 o la inauguración de la intervención de Miquel Barceló en la Capella del Santíssim en 2007 –con la opinión del padre del protagonista, que lamenta que ha «destrozado» la Seu–.

«Cuando eres pequeño, los veranos duran toda una vida. Desde que terminabas el colegio hasta que volvías en septiembre podías hacer de todo: tenías tiempo para jugar, para ir al safareig, nadar en la playa, pescar o incluso aburrirte. Eso ha cambiado radicalmente y esos veranos duran dos días. Con esas páginas quería manifestar ese cambio en la percepción del tiempo, que ya no es lineal, sino que es largo y parece plegarse en sí mismo. ¿Quién puede recordar ni una sola cosa que hizo cuando tenía exactamente doce o quince años? Esas páginas están pensadas para reflexionar sobre nuestra memoria. Parece mentira lo corta que es la vida y lo rápido que la olvidamos», razona.